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Charles Aznavour, nostalgia eterna

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photo_camera Imagen:Edith Piaf y Charles Aznavour.

Suena en la radio una vieja canción, es Charles Aznavour (París, 1924), una de las más de 800 compuestas en su carrera.

El locutor portugués anuncia una próxima actuación en Lisboa, con el lustre de los grandes eventos. Nada extraño, o sí, pese a su edad -92 años- y en activo, sigue siendo el  músico francés más popular.

Uno lo recuerda la pasa década pasearse con Compay Segundo para recrear un memorable dueto “Mourir d'amour”, cuando el cubano parecía un desafío biológico, ambos pletóricos. Ahora es él quien sorprende, y mirando hacia atrás, mucho más que eso. Más de 60 años después de los inicios de una carrera que en cualquiera que no hubiera sido él, un descendiente de emigrantes de origen armenio nacido en París cuando sus progenitores esperaban una visa para los Estados Unidos, no hubiera soportado. La crítica francesa se mofaba de todo, de su físico, de su aspecto, de su voz sin gracia, de su nariz de chiste, resistió.

Sobre la mesa una vieja foto, Edith Piaf, de negro y amplia sonrisa hacia la cámara. Un brazo en jarras el otro sobre el mombro de un joven de baja estatura que se eleva, viste elegante, o lo suficientemente elegante para un hijo de emigrantes pobres. “La Môme”, lo acogió en su seno artístico como a uno más en aquella troupe que le reía sus gracias, sus borracheras, y se metía en su cama. Con él no -dice-, “No era mi estilo”, se defiende, y eso que un día a él lo desnudaron y metieron en la cama de la cantante, huyó despavorido.

“Serás, mi acompañante, mi chófer, mi compañero de borracheras”. Eso fue, durante ocho largos años, duros pero que le enseñaron para un oficio que buscaba. Estados Unidos, Canadá. Charles era obediente, el público se burlaba de él al verlo con ese aspecto delgado, su voz ronca y una talla mínima. “Me he preguntado muchas veces si tenía vocación de mártir”, escribe Simone Berteaut, hermana de Edith.

Charles cargaba con el equipaje, el material, la dirección escénica, y era quien levantaba el telón, quien, sin tiempo para ensayar, salía al escenario, para contemplar cómo una parte del público se mofaba de él. Y Edith, se mofaba también, “no gustas”, le decía y le obligaba a cambiar el repertorio, incluso las letras de las canciones. Un día, en 1954, se dejaron, puso fin a una relación de aprendizaje de vida. A partir de ahí su estrella brilló, hasta hoy. 

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