MITÓMANOS

El hombre que murió como un Dios

Dibujo
photo_camera Una escultura de Vespasiano.

Los romanos tenían poca o nula fe en sus dioses pero en cambio eran muy supersticiosos y creían en augurios, auspicios y horóscopos. Uno se cumplió: el que le hizo el judío Flavio Josefo a Vespasiano, que sería emperador. Lo fue, fundador de la segunda dinastía imperial. Y también un dios al morir.

Tito Flavio Vespasiano era lo que los romanos llamaban un “hombre nuevo”, miembro una familia que había conseguido  integrarse en el orden de los caballeros, la clase situada bajo la senatorial. Pero donde Vespasiano se hizo célebre y ganó nombre y posición fue como militar, primero en la campaña de conquista de Britania, con el emperador Claudio, y luego en la revuelta judía, que aplastó con las legiones de Siria.

Fue allí, en plena represión, cuando conoció a Josefo, entonces uno de los líderes hebreos, quien decidió entregarse en lugar de morir cuando los romanos lo cercaron  con sus hombres en una fortaleza de Herodes. Llegó ante Vespasiano, que era el comandante en jefe, y le pronosticó que sería emperador, haciendo a continuación algunos augurios sobre su destino.

El general, poco dado a tonterías, le hizo sin embargo caso, y no sólo eso, también acabó por adoptarlo en su familia, por lo que en adelante sería conocido como el historiador Flavio Josefo, autor de “Antigüedades judías”, el único libro donde se nombra a Jesús fuera del Nuevo Testamento, aunque hay dudas sobre el texto, que podría ser un añadido.

No se equivocó con Vespasiano: poco después Nerón se suicidaría y en un año habría cuatro emperadores, tres efímeros. El cuarto fue el propio Vespasiano, aclamado por sus tropas. El año 69 llegaría a Roma como su nuevo hombre fuerte. Allí permanecería durante diez años, siendo el primero de los emperadores que moriría de forma natural. Todos los anteriores habían fallecido de forma violenta, algunos envenenados, otros por la espada. Así estaba Roma en la segunda mitad del siglo I.

Flavio Vespasiano abandonó Judea aunque la revuelta continuaba viva, así que dejó el mando a su hijo Tito, que aplastaría definitivamente el movimiento mesiánico, borrando del mapa Jerusalén y también su templo -aunque no era ésa su intención- y provocando la dispersión de los hebreos por todo el mundo romano. También se hizo con los tesoros de los sacerdotes, que paradójicamente sirvieron para edificar el fabuloso Anfiteatro Flavio, el Coliseo que ahí sigue…

Mientras, Flavio Vespasiano gobernaba con cordura, ajustando gastos, lo que le valió fama de tacaño. Y cierta burla cuando impuso una tasa sobre la orina. Los curtidores la utilizaban gratis por el amoníaco para decolorar pieles, y el emperador se dio cuenta de que había un lucro que explotar, fijando una tasa. Es conocida la anécdota de que cuando un miembro del Senado le afeó  que aumentara el erario a base de tal impuesto, sacó unas monedas y le pidió que las oliera. Curiosamente, los mingitorios públicos acabaron llamándose “vespasianas”.

Vespasiano tuvo que lidiar con la amenaza de secesión de la Galia, donde un supuesto descendiente de Cesar proclamó un imperio propio, y también salió airoso, aunque suprimió algunas legiones infieles y creó otras, entre ellas la VII Gemina, que se instalaría con 8.000 hombres en lo que sería más tarde León, y que tendría enorme influencia sobre Galicia. Un destacamento construyó el campamento de Bande, en Ourense.

Murió en la cama, tras nombrar heredero a su hijo Tito, lo que creó un terrible precedente y la confirmación de que el imperio no era ya sino un reino con otro nombre. Tres años después su otro hijo, Domiciano, sería el tercer emperador Flavio, un tirano demente y psicópata que acabó asesinado.

Al parecer las últimas palabras de Vespasiano, siempre irónico, fueron “ay, parece que me convierto en un Dios”, porque así fue: tras fallecer, fue nombrado Dios por Tito, y honrado en templos, como antes había pasado con Augusto, Tiberio o Claudio. 

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