LA REVISTA

Los inmortales descendientes de Drácula

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La más afamada descendiente de Draculea le superó en todo, salvo quizá en fama. Desde luego en crueldad y sobre todo en amor a la sangre. Se trata de la terrible Condesa Elizabeth Bathory

La más afamada descendiente de Draculea le superó en todo, salvo quizá en fama. Desde luego en crueldad y sobre todo en amor a la sangre. Se trata de la terrible Condesa Elizabeth Bathory, húngara de origen transilvano de la familia Dracul que tiene el triste récord femenino de haber ocasionado más muertes en toda la Historia de la humanidad: se le acusó de haber mandado asesinar a al menos 640 mujeres, la mayoría muy jóvenes, con el propósito de bañarse en su sangre para rejuvenecer y vivir para siempre. Los tíos de Bathory eran príncipes de Transilvania, pero ella vivió la mayor parte de su vida (1560-1614) en la actual Eslovaquia, en el castillo de Varannó al desposarse muy joven con un noble de la región, también famoso por su brutalidad. Allí vivió, siendo célebre por su inteligencia, pero también por su crueldad, con un trato despótico hacia sus súbditos que se hizo peor con el paso de los años y tras constatar que inevitablemente envejecía. Quizá como recuerdo de su familia, decidió que la sangre era vida, y con la ayuda de sus más fieles comenzó su orgía de muertes. Sobre todo a partir de la muerte de su marido en 1604. Tenía 44 años y viuda y rica, y enloquecida y con poder absoluto, se entregó durante los siguientes años a bañarse literalmente en sangre. Hasta que en 1610, las autoridades intervinieron y mandaron matar a sus doncellas, pero no a la Bathory, que fue emparedada en vida por ser noble, lo que entonces le permitía eludir la ejecución. Sólo estuvo un tiempo, menos de cuatro años, y el 21 de agosto de 1614 uno de los carceleros la vio caída en el suelo. Pretendieron enterrarla en una iglesia, pero los vecinos se negaron a que la "Señora Infame" fuera enterrada en tierra sagrada. Finalmente, la llevaron al lugar de procedencia de la poderosa familia. Todos sus documentos fueron sellados durante más de un siglo, y se prohibió hablar de ella en todo el país. De la tumba, nada se sabe, salvo que ella rechazó colocar una cruz y prometió regresar de entre los muertos…

Menos conocido es que el célebre conde de Saint Germain, o al menos quien así se decía llamar, era también hijo del príncipe de Transilvania, señor de Valaquia como el mismo Drácula. Saint Germain fue un personaje fascinante en la Francia anterior a la Revolución. Sus contemporáneos lo describen de forma unánime como una persona muy culta y viajada (por lugares tan recónditos todavía hoy como Tíbet), que sabía hablar a la perfección varios idiomas y tocar el piano y el violín con virtuosismo. Encima, era ambidextro, y un escritor de categoría, que atesoraba miles de conocimientos. Pero por encima de todo, aseguraba que llevaba siglos viviendo. ¿Su alimento inmortal? Quizá sangre, aunque nada dijo al respecto y siempre se cuidó de no ir más allá. Cautivó a sus interlocutores, en plena Ilustración, a finales del siglo XVIII. Y despareció con la caída de la monarquía, que adelantó.  Del conde Saint-Germain se han escrito cientos de libros, donde se le califica de nigromante, alquimista, ocultista y también de timador y engañabobos. Se supone que nació en los Cárpatos, en la tierra de Drácula, a finales del siglo XVII. Y que falleció en torno a 1780. Pero nadie lo puede asegurar porque no hay testimonios fiables de un hombre que admiró Napoleón. Entre otras muchas obras, aparece en “El péndulo de Foucault”, de Umberto Eco, o en “La pirámide inmortal”, última obra de Javier Sierra.

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