Además del sonido, color y olor único que se respira al aterrizar en Lanzarote, lo primero que capta la atención de sus invitados es el contraste que existe en estas tierras ubicadas a 1.000 kilómetros de la Península. Y es que esta isla fusiona a la perfección los paisajes submarinos y lunares, las aguas transparentes, las tierra desérticas, y los oasis de palmeras que garantizan una experiencia singular para cada tipo de turista. Imprescindible es una visita al Parque Nacional de Timanfaya, una muestra de hábitat volcánico caracterizado por la ausencia de vegetación, la rugosidad de sus formas y la variedad cromática, que dotan el parque, de más de 50 kilómetros cuadrados de superficie, de una extraordinaria belleza. Dignas de visita son también las hermosas calas y playas que salpican su litoral, de todas las formas y tamaños.
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