CINEASTA GALLEGO

Lois Patiño, el cine que explora y busca nuevos lenguajes

Imagen del director de cine Lois Patiño.
photo_camera Imagen del director de cine Lois Patiño.
Su cine reflexiona, cuenta historias, hace vibrar con experiencias al espectador pero, sobre todo, es una constante exploración de nuevos lenguajes

Su película “Samsara” ha conseguido que Lois Patiño (Vigo, 1983) se convirtiese en el primer cineasta gallego en ganar un premio especial del jurado en el Festival de Berlín. Hijo de los pintores Antón Patiño y Menchu Lamas, este director de cine está revolucionando el lenguaje cinematográfico, explorando nuevos caminos y reivindicado los aspectos más positivos del mundo que nos ha tocado vivir.

¿De dónde viene su vocación?

La figura de mis padres fue fundamental y mi vocación bebe de un ambiente donde la creación artística, la reflexión intelectual, la poesía y el arte han estado presentes y se han valorado mucho. Considero que traer poesía, traer belleza y reflexión al mundo presente ayuda a verlo desde otro prisma y a subrayar los aspectos positivos, reflexionar sobre los negativos, en definitiva, aprender a leer el mundo en el que vives.

¿Determinó su manera de ver el cine?

Hay artistas que tratan de traer a la pantalla aspectos negativos o turbios del ser humano y de la sociedad para ponernos como ante un espejo. Yo lo hago desde valores más positivos. 

“Samsara”, ¿define ese valor positivo?

Yo creo que sí. Es una película que trata de mostrar cierta armonía en la convivencia de las distintas culturas, de las distintas religiones cuando el mundo contemporáneo que vemos parece todo lo contrario. Es cierto que hay lugares en los que se da esa armonía, pero los medios ponen el foco en aquellos donde peor conviven para tratar de solucionarlo y, de hecho, estamos siendo testigos de las mayores atrocidades de las que es capaz el ser humano en Gaza.

Hacía referencia a la influencia artística, pero ¿qué le ha hecho volcarse más en el cine?

Sí me interesan todas las artes, pero he visto que el audiovisual y más concretamente el cine es un medio todavía muy virgen. La pintura se lleva explorando siglos y siglos. Todo arte es infinito y se sigue explorando e innovando. El cine, además de tener muchos más ingredientes con los que jugar (lo plástico, lo narrativo…) pero tiene poco más de cien años y no hay tanto peso histórico y en ese sentido está mucho más abierto. Entonces, al tener un pie en el mundo del arte contemporáneo y otro en el del cine llego casi como videoartista, en un momento en el que las fronteras entre el cine y el arte contemporáneo estaban más difuminadas. Eso explica también que yo haya ido mostrando mis trabajos tanto en galerías de arte y museos como en festivales y salas comerciales.

Su trabajo muestra una evolución a lo largo más de quince años, ¿cómo la definiría?

Pienso que he ido creciendo como cineasta. Al principio me centraba más en la experiencia del paisaje, de la contemplación, en la experiencia temporal y poco a poco he ido incorporando otros elementos como la construcción de personajes, el relato, en general todos los ingredientes con los que juega el cine, pero partiendo de aquella experiencia más pura, de carácter espaciotemporal.

Comenzó rodando en vídeo digital y ahora lo hace en cine. ¿por qué?

Sí, rodé en 16 milímetros. Pero no es tan extraño dentro del cine más independiente. Hay bastantes cineastas en esa misma línea. Siempre me ha interesado mucho el misterio y la poesía que trae el celuloide. Tiene una belleza especial mucho más orgánica, por el efecto de la luz, de las reacciones químicas y si no lo había explorado antes era por cuestiones económicas. Cuando estaba buscando mi lenguaje y mi voz propia quería trabajar mucho y no tener que frenarme y frustrarme por no disponer de la financiación adecuada. El digital democratizaba mucho este aspecto. Mi primer largometraje, “Costa da norte”, está hecho con una ayuda de 20.000 euros que daba Agadic, si lo hubiera hecho en celuloide no habría podido.

¿Cambia la forma de afrontar el trabajo?

Así es. Distintos medios te permiten cosas diferentes. “Costa da morte” es una película hecha desde la paciencia de la toma. Ponía a grabar la cámara como el pescador lanza la caña, a ver si grababa algo, un hallazgo atmosférico, una reacción de las olas. Pero en el celuloide hay que ser más preciso. Y eso es lo bonito. La concentración en la toma por parte del equipo, todo se vuelve más sagrado, hay una ritualización, entra en juego la economía del lenguaje. Fue un cambio en la metodología de trabajo que me interesaba afrontar.

En "Samsara" persiste su interés por la muerte.

Me interesa mucho. Es un tema muy importante desde el punto de vista existencial pero también cultural. Me interesa mucho cómo las diferentes culturas han ido tratando de dar respuesta, creando relatos que apacigüen la incertidumbre y el miedo de qué va a pasar conmigo al morir. En “Lúa vermella” trabajé a través de las leyendas y seres imaginarios que ha dado la cultura gallega y aquí, a través del libro tibetano de los muertos el Bardo Todol, que es una guía fascinante que te va diciendo qué te vas a encontrar en el más allá para que no te asustes cuando llegues.

El momento más rompedor se produce cuando pide al espectador que cierre los ojos. 

Yo estaba reflexionando como reflejar lo invisible a nivel del lenguaje cinematográfico. Estaba explorando la idea del espectro, el fantasma y su invisibilidad y se me ocurrió la idea muy radical de hacer una película para ver con los ojos cerrados. Son quince minutos en el tiempo cronológico, pero en el tiempo de cada espectador es muy variado. Pregunto mucho sobre esto en coloquios y me encontrado con personas que dicen que les ha parecido cinco minutos, otros veinticinco… La experiencia, apoyada por un sonido muy trabajado, resulta fascinante y no solo lo he percibido en los festivales o en la respuesta de la crítica, también del público. Es una película que está teniendo mucho público en España y también fuera.

Novo cinema galego: ¿se siente identificado con esa etiqueta?

Es una etiqueta que se formuló hace diez u once años para definir a una generación de cineastas que rompía con los modelos existentes hasta entonces de cine gallego y creo que no iba desencaminada por cómo hemos evolucionado desde entonces. Sí creo en ese concepto porque somos amigos, nos ayudamos unos a otros, mis primeras películas las produjo Felipe, el hermano de Oliver Laxe, nos pasamos los montajes entre nosotros para opinar… es real esa idea de colectividad, aunque cada uno tenga su propia identidad, una diversidad que le da riqueza.

¿Su objetivo?

Yo no quiero hacer una buena película. Donde siento motivación es en tratar de descubrir un nuevo lenguaje. Si además logro que sea una buena película, bien. Pero tengo que encontrar el aliciente de sentir que estoy explorando el lenguaje cinematográfico hacia terrenos antes no explorados.

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