LA REVISTA

El Mesías pagó el Coliseo de Roma

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photo_camera Coliseo de Roma.

 En el S. I, Israel vivía un momento de fanatismo religioso con el anuncioa de linminente llegada del mesias que liberaría a la nación de la opresión y restauraría el reino

El Mesianismo se basaba en una interpretación de los textos que profetizaba la inminente llegada del “ungido”, un monarca guerrero elegido por Dios para llevar a cabo su obra terrenal y liberar al país del yugo extranjero, creando un reino ideal. Estalló con fuerza en el siglo I, cuando nació Jesús, a quien precisamente se le identificó como el Mesías.

Para ello, debería cumplir las condiciones impuestas: ser del linaje del rey David y haber nacido en Belén. No obstante, él se consideraba  galileo de Nazareth, lo que hace pensar en una construcción posterior para justificar su condición mesiánica.
Tras su muerte, habría otros candidatos en una población cada vez más radicalizada. Entre ellos, no mucho más tarde, el rey Herodes Antipas, quien llegó a anunciar que se proclamaría Mesías. Cumplía las condiciones: había nacido en Belén y era de la estirpe de David, pero su levantamiento nació y murió casi de inmediato.

Esa fe demencial desembocó en la Gran Revuelta Judía del año 66 que en definitiva sólo sirvió para la destrucción absoluta del país por los romanos, incluyendo el  Templo de Jerusalén y la propia ciudad, destruida hasta sus cimientos.  

En el año 69, Vespasiano, que comandaba el ejército romano de ocupación en Israel, se convierte en emperador. Tras su proclamación, dejó a su hijo Tito al frente del ejército con la misión de aplastar la sublevación, lo que hizo, liquidando a sus radicalizados  enemigos y sumando a la causa a quien era uno de sus principales dirigentes, Iosef Bar Mattieyu, que pasaría a la Historia como Flavio Josefo, historiador judío. Tito arrasó el país, fundó otra ciudad donde estaba Jerusalén, envió a miles de judíos por todo el Imperio –el inicio de la diáspora- y se llevó sus tesoros a Roma, entre ellos los del Templo, incluyendo la Menoráh (la lámpara de siete brazos) y otras joyas. Servirían para pagar la construcción del Anfiteatro Flavio, que el propio Tito inauguraría como emperador. El Coliseo estaría en servicio durante 500 años y hoy es una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo, cuando fue concebido como un espacio para la violencia y la muerte y pagado con sangre hebrea. En una reciente excavación en el edificio para obras de restauración se localizó una inscripción donde de forma rotunda se reconoce que las obras se financiaron con el tesoro de Israel. Curiosa paradoja.

Aunque la revuelta de los años 65-70 resultó brutal, no fue la última. Ya entrado el siglo aún hubo otro Mesías: en el año 131, otro fanático llamado Simon Bar Cochba, quien se proclamó rey de los judíos y se alzó contra Roma. Que reaccionó como acostumbraba: mientras pagaran sus impuestos y estuvieran en paz, no se metía con la población, pero no se andaba con medias tintas si se producía una sublevación. El resultado fue el fin definitivo del reino de Israel y de la llegada de un Mesías guerrero. Pasarían 19 siglos hasta que los judíos pudieron volver a Palestina.

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