CRÓNICA DEL ENTROIDO

Una de cocido, comunión y desfile

photo_camera Particular disfraz de vaca, ayer durante el desfile del domingo de Entroido de Verín.

El Entroido de Verín no sería lo mismo sin el cocido de los domingos. El desfile empezó con retraso y lento, con presencia, entre otros muchos, de Donald Trump, Os Felipes y la crítica a la gestión del Concello de Verín.

Un buen cocido es el rey  en los domingos 'gordos' del Entroido de Verín. Son cocidos como el del Lugano, de los que sales con un kilo de más (ya me daba yo por satisfecha con ese pequeño sobrepeso) y pensando en el gimnasio y los abdominales que se te presentan de frente y hasta te amenazan nada más te peses en la báscula el Miércoles de Ceniza. Y si ya degustas los chupitos de hierbas verdes y licor café de Iván-Juan, que hacen milagros cuando una como yo se encuentra en el ecuador de la fiesta y busca combustible para resistir, entonces te explicas por qué aguantas sin pisar la casa nada más que para dormir y ducharte, seis días incomparables. 

Ah, y espérate a probar el licor café de Limia y Eva, el que te ofrece en la caseta instalada junto al Godás. Qué quieren que les diga, váyanse ustedes a Brasil, que yo me quedo. 

Pero vayamos por partes. Ayer tocaba desfile de comparsas y de cigarrones, estos por cientos, hasta ponerte la piel de gallina. Todo bajo un sol espléndido pues el anticiclón de las Azores escuchó nuestras oraciones, aunque pienso que rezamos demasiado  porque el calor se hacía por momentos verdaderamente agobiante.

Había, pues, que hacer el esfuerzo de levantarse a una hora 'decente' y acudir a la cita con los amigos a la puerta del Cesteiro pasadas las 12 (ya saben, el de los callos y el botellín de cerveza). El desfile, como siempre, con retraso y lento pero bien, con presencia, entre otros muchos,  de Donald Trump, Os Felipes y la imprescindible crítica al empleo precario y a la gestión política de gobierno y oposición en el Concello de Verín.

El problema era el calor y varios de la pandilla claudicaron en busca del refresco en el Liló, donde lucían en traje de domingo los 'reyes' de O Salgueiro, Julio y Toñín, o  de la sombra de la carpa de la praza Maior, que hoy y mañana vendrá muy bien para guarecerse de la lluvia anunciada mientras se bailan unos pasodobles de rigor. Menos mal que Eva, siempre al quite, convenció al Cesteiro,que ya había cerrado, para que entrara a vendernos unos botellines que nos devolvieron la vida.

Ayer íbamos a celebrar la comunión de Iván y Belén (mayorcitos ya, aunque no hay edad para cumplir con la Iglesia católica)  y el bautizo del amigo Monchito (el entrañable muñeco que Bea sacó a pasear para que se fuese acostumbrando al Entroido local). Por ello, había que vestirse de gala.

El trasnoche del sábado me impidió lucir como me gustaría, pero acabé haciéndome un apaño con el sombrero fedora y una mezcla de traje pirata y vaquero -¡con abrigo de piel de conejo (menos mal que no había cerca perros de caza)!- que mejor no se lo imaginen.  Apoteósico, no el disfraz, si no la celebración, con Jesucristo incluido. La mesa de al lado, coincidencias de la vida, iba de 'funeral' inimaginable, por lo que con que tuviéramos una boda ya estaba el cartel completo.

Salimos de comer colorados y somnolientos, a la carrera hacia el sofá o la cama, en busca de la ansiada siesta, la que permitirá remontar el maratón de la fiesta a partir de las nueve de la tarde. Mientras nos movíamos a rastras, la praza Maior lucía como nunca y los niños se volvían locos por subir a las atracciones de feria. Y la charanga se empeñó en apostarse bajo mi ventana al son de la música caribeña. ¿Pero es que esta gente no descansa nunca? Será que "non ten casa", como dice Caíto? 

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