Francisco, conciencia del siglo XXI

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photo_camera El papa Francisco, en una reciente imagen.
Sus apuestas han provocado resistencias y ataques por parte de los fieles más conservadores y de la jerarquía anclada en el pasado. Sus tesis sobre los emigrantes despiertan la ira ardiente de los nacionalistas ultra reaccionarios. Han llegado a decir que el papa es enemigo de Europa

Desde el día que le eligieron, los cardenales al verle salir de la sacristía de la capilla Sixtina revestido con los paramentos pontificales se fijaron en sus pies y se dieron cuenta de que el nuevo papa abandonaría los caminos tradicionales de la Iglesia para abrir nuevos senderos por las periferias marginales del mundo. Sus pies no iban calzados con los habituales calcetines rojos, ni con los zapatos rubí con ribetes dorados de que habían hecho gala sus predecesores. Calzaba unos zapatos negros con la suela gastada y unos vulgares calcetines del mismo color. Al salir a bendecir desde el balcón central de la Basílica, los fieles que se amontonaban en la plaza de San Pedro vieron su temblorosa sonrisa carismática y oyeron como sus palabras sonaban novedosas en boca de un pontífice. Eran el prólogo de un nuevo proceso verbal, muy lejos del que su predecesor Pío Nono había establecido en el célebre “Syllabus errorum” (catálogo de errores) donde condenaba 80 proposiciones de las doctrinas del momento, todas las ideas que se formulaban fuera de la doctrina de la Iglesia. El pecado y sus condenas eran los ejes de su rocoso pensamiento doctrinal donde se atacaban las bases de la libertad de pensar. 

El mapa de la geografía del pecado era muy amplio, pero tenían particular relevancia los relativos al sexto mandamiento y a la variedad de las cuestiones sexuales, incluidos los malos pensamientos. Un discurso de temor y temblor lo dominaba todo. El papa Francisco empezó a hablar en un lenguaje nuevo y auroral como recién salido del Génesis. Arrinconaba las viejas terminologías o empleándolas como símbolos diferentes. Un viento fresco sonaba en las palabras pontificias. Entre los diversos mensajes y cartas que recibió en los primeros meses, una la firmaba el célebre y veterano periodista italiano, Eugenio Scalfari, fundador del diario Repubblica, portaestandarte del pensamiento laico. Pocas semanas después de escribir aquella carta el teléfono sonó en el despacho de Scalfari, le agitó una sorpresa sin límites cuando escuchó al otro lado del hilo telefónico una voz que le decía: soy el papa. He recibido su carta en la que me dice que desea conocerme personalmente, yo siento lo mismo hacia usted, así que busquemos una fecha para vernos. El papa miró personalmente la agenda y señaló un día de finales de septiembre, a las tres de la tarde para el encuentro. Allí estaré, respondió el periodista. El lugar de la cita era la residencia Santa Marta, donde había decidido vivir, fuera de los suntuosos apartamentos pontificios. Y allí llegó el asombrado Scalfari. Le condujeron a una estancia donde había una mesa y seis sillas. Las paredes limpias y blancas. La estampa de la sobriedad. El papa apareció inmediatamente. Después de los complacientes saludos de rigor, los dos ancianos se sentaron frente a frente, uno era el Soberano Pontífice de la cristiandad católica; el otro, el icono del periodismo italiano y ateo confeso. 

Tengo delante de mí la entrevista publicada en el diario Repubblica el día uno de octubre de 2013, seis meses después de ser elegido papa. La leo. No se trata de una entrevista en el sentido tradicional y ortodoxo de la palabra, más bien es una conversación a dos voces entre dos pensadores cargados de años y de sabiduría. Scalfari tenía 89 años, 11 más viejo que Francisco que tenía 78. Los temas teológicos y filosóficos centraron el grueso de la conversación, pero también hubo alusiones a los profundos cambios que necesitaba la Iglesia y al compromiso con los pobres. Sobre Dios, Francisco dijo: “Yo creo en Dios. No en un Dios católico. Existe Dios. Y creo en Jesucristo, su encarnación. Jesucristo es mi maestro y mi pastor, el Padre, Abba como le llamaba, es la luz y el creador”. 

Dos años después publicaba la encíclica “Laudato si” que marcaba un compromiso profundo con la lucha por el medio ambiente. Un viraje radical en defensa de la “casa común” desde el seno de la Iglesia. Critica sin paliativos el antropocentrismo de nuestra civilización, lo de que el hombre es el centro del universo y todo fue creado en función suya. También ataca la globalización del paradigma tecnocrático, en donde unos globalizan y otros son globalizados. Su posición es claramente científica y marca una hoja de ruta más clara y sólida que la de la mayoría de los jefes de estado. Nunca separa lo social del cambio climático. 

Hace constantes referencias a Francisco de Asís, dedica especial atención a los más pobres, a los excluidos, a los enfermos, a los emigrantes. Se pregunta quién es el más pobre entre los pobres e inmediatamente se contesta: La tierra madre, a la que hemos maltratado y despojado de sus atributos. En el interior de la Iglesia ha abordado con más o menos fortuna una lucha abierta contra la corrupción y los tenebrosos escándalos financieros de la banca vaticana, ha intentado reducir el poder de la curia romana, a la que calificó como lepra de la Iglesia, apuesta por la descentralización nombrando cardenales de los países más pobres y lejanos. Se ha abierto a los más vulnerables compartiendo y luchando contra la discriminación de los colectivos homosexuales y los divorciados. Ha sido particularmente sensible con el trágico dolor de las víctimas de los abusos sexuales por parte de los religiosos. Su empatía con los refugiados no tiene límites, denuncia constantemente su drama, más bien lo gritó en su viaje a la isla de Lampedusa para encontrarse con ellos. En el blanco de sus ataques figuran los fetichismos del mercado, la economía especulativa sin rostro, las obscenas desigualdades entre ricos y pobres, así como el individualismo liberal. Su última encíclica “Fratelli Tutti” es una apuesta decidida por la solidaridad, defiende la distribución del tiempo de trabajo y de un salario de base universal. Es impresionante la tarea que este hombre se ha propuesto y la lucha sin desmayo que despliega para llevarla a cabo. En siete años ha cambiado el rostro de la institución. 

Sus apuestas han provocado resistencias y ataques por parte de los fieles más conservadores y de la jerarquía anclada en el pasado. Sus tesis sobre los emigrantes despiertan la ira ardiente de los nacionalistas ultra reaccionarios. Han llegado a decir que el papa es enemigo de Europa. Los vientos más fuertes de la contestación los sopló desde el principio el cardenal guineano Robert Sarah, ídolo de los tradicionalistas. Sus libros y escritos son seguidos por ese público como si fueran los evangelios. Pero no solo él, otros cardenales han elevado su voz contra Francisco. Podemos citar al norteamericano Raimon Burke y al alemán Joaquin Meisner, entre otros. El nombre más señero de la contestación en España es el obispo de Alcalá de Henares, Reig Plá, pero hay más. Sienten nostalgia de los esplendores dorados de la iglesia triunfante, enraizada en los fastos imperiales en donde los cardenales se sentían auténticos príncipes, no servidores de los marginados con olor a oveja como quiere Francisco.

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