50 AÑOS DEL 25 DE ABRIL

25 de abril: conociendo y aprendiendo democracia en el nuevo Portugal

Vecinos de Lisboa se suben a un tanque el día 25 de abril.
photo_camera Vecinos de Lisboa se suben a un tanque el día 25 de abril.
Así se vivió desde Ourense lo que ocurrió aquel 25 de abril en Portugal

La verdad es que nos cogió a todos en la berza total. Cuando aquella mañana del 25 de abril los teletipos de la redacción del periódico empezaron a pitar como solo lo hacían para anunciar que estaban sucediendo grandes acontecimientos en el mundo, no esperábamos que esta vez fuera tan cerca y tan fuerte. Las noticias eran confusas; el Ejército portugués estaba en la calle, los presos políticos también, la TV y la radio estaban tomadas por militares. Teniendo en cuenta que para un progre español de los años setenta la policía, el ejército y los curas eran enemigo a abatir, no sabíamos a qué atenernos. Teníamos una ignorancia casi total de lo que ocurría en Portugal y más aún en su ejército. Los españoles de esos tiempos circulábamos por Europa con complejo de pobres y atrasados. Solo en Portugal, más pobre y, aparentemente, más atrasado que nosotros, nos sentíamos superiores. Mirábamos con cierto desdén a aquel país de mujeres feas (era la fama que tenían) y hombres guapitos tirando a cursis que perseguían a las españolas hasta la frontera para despedirlas y escupían en el suelo con especial violencia. Un país al que íbamos a comprar buen café, piña enlatada procedente de sus colonias africanas, y vino de Oporto. Algún ourensano se hacía rico trasladando clandestinamente portugueses que querían llegar a Francia y tenían prohibido emigrar, y el contrabando de electrodomésticos, televisores y otros productos seguía siendo un buen negocio. A muchos, además de eso, nos gustaba la exquisita educación de los portugueses, su amor por los árboles grandes que abundan en sus parques públicos y el aire caduco y trasnochado que se respiraba en sus hermosas ciudades, y algunos intelectuales gallegos mantenían muy buenas relaciones con sus vecinos del norte de aquel país. Mi amigo Manolo, que disfrutaba con frecuencia de Portugal, decía que era un país que nos habíamos inventado los españoles para decir que íbamos al extranjero.  

Cuando llegamos a la frontera de Verín, la Policía Nacional se mostró extrañada por nuestro interés en pasar al otro lado

Todos a la calle

Volviendo al 25 de abril del 74, lo primero que se nos ocurrió fue llamar al periódico Jornal de Noticias de Oporto, en el que trabajaba Viale Moutinho, un periodista muy vinculado con Galicia. La periodista que cogió el teléfono nos contestó muy alterada, pero con voz animada, que todo el mundo estaba en la calle y que no estaban muy seguros de lo que estaba pasando y colgó porque ella también se iba a la calle.

Según pasaban los días, las noticias que llegaban eran más claras y nos picaba más la curiosidad. El día 28, Perfecto Conde, corresponsal en Galicia de Interviú, y yo nos montamos en mi “escarabajo” azul, un modelo de coche que abundaba en Portugal, cargados de cámaras de fotos, excitados y nerviosos. La primera decisión era por qué frontera entrar. Descartábamos Tui por ser la más concurrida y elegimos la de Chaves por la razón contraria. En las numerosas fronteras ourensano-portuguesas era obligatorio bajarse del coche, entrar en las oficinas policiales portuguesas y cubrir un formulario. La de Tui, para agilizar la entrada, había eliminado ese formulismo. En la frontera de Verín, la Policía Nacional se mostró extrañada por nuestro interés en pasar al otro lado y nos aconsejó que mejor nos quedáramos aquí, que no había seguridad y nos arriesgábamos a ser mal recibidos. Cada vez más desconcertados, seguimos adelante. Ya en territorio portugués, paramos ante la oficina de los guardiñas, pasaporte en mano. Nos recibieron, de pie, un capitán del Ejército rodeado de cuatro, no recuerdo si policías o soldados, que sonriendo nos pidió el pasaporte. Al ver en ellos la profesión de periodista preguntó: “Veñen a traballar...?”. Nos quedamos callados. Éramos conscientes de que en ciertos países y situaciones era mejor pasar desapercibidos como tales profesionales y, la verdad, no sabíamos qué sería mejor contestar en este caso. Ante nuestro silencio, el militar sonrió aún más y devolviéndonos la documentación nos animó: “Traballen, traballen que hai moito que contar”.

Camino de Chaves nos adelantó un camión cargado de soldados que nos lanzó sonoros bocinazos de bienvenida. Hasta entonces, Chaves era una pequeña ciudad sombría con poca gente en la calle y sin grandes alicientes, a no ser la Feria de Todos los Santos. Ese día las calles rebosaban de gente, en los cafés ya no conectaban con TVE, sino con la portuguesa; los kioskos estaban llenos de periódicos y revistas; sobre el rotulo que indicaba la calle 28 de Mayo (fecha de la revolución militar que puso a Salazar en el poder), una de las más céntricas, habían colocado una pegatina con el nuevo nombre: “Rúa 25 de Abril”. La gente no paraba de hablar formando corrillos espontáneos. Unos contaban sus experiencias nefastas en las colonias de África o con la temida PIDE (famosa policía odiada por los portugueses) y todos comentaban los últimos acontecimientos. Estaban ávidos de información, de hablar. De repente, hasta las mujeres parecían más guapas (en realidad era un problema de estilo, no de belleza) y los hombres menos relamidos. Un hombre mayor se acercó a nosotros y sonriendo nos comentó: “Ahora solo quedan os españoles”, aludiendo a nuestro franquismo aún vigente. En la radio sonaba el cantante José Afonso, prohibido hasta entonces y que había conocido las celdas de Peniche, el penal político especialmente duro y cruel.

Camino de Chaves nos adelantó un camión de soldados que nos lanzó bocinazos de bienvenida

De pronto, sentarse ante el televisor en Portugal suponía para nosotros abrir la boca de admiración y no cerrarla hasta acabar la emisión. Los locutores y periodistas envarados, rígidos y cursis de unos días antes se habían transformado en profesionales ágiles, frescos, con un vocabulario sin revanchismos ni acusaciones al régimen eliminado, pero llenos de optimismo y contenido. Una presentadora de noticias le comentó a su compañero: “No es la primera vez que tú y yo hacemos un programa juntos”. “No”, contestó el presentador, y dirigiéndose a la cámara dijo: “Pero es la primera vez que podemos mirarlos a ustedes de frente”. “El primer domingo libre”, titulaba un periódico de Lisboa en el que se publicaba una carta firmada por periodistas de Mozambique quejándose de que allí aún no había llegado la libertad. Al regreso de ese primer viaje publiqué en La Región un entusiasta artículo titulado: “Cuarenta y ocho horas en el nuevo Portugal”, que provocó los primeros y furiosos anónimos que recibí en mi vida. Después, durante más de un año, incluidos días que cerraban las fronteras del otro lado mientras las cosas se iban aclarando, nuestros fines de semana fueron portugueses. Comprábamos un montón de periódicos que los portugueses devoraban, incluidas las revistas porno, una botella de buen oporto... y nos plantábamos ante el televisor llenos de asombro y envidia por lo que allí sucedía. Muchos de esos periódicos, algunos con la hoz y el martillo en la cabecera, editados por el Partido Comunista Portugués, acababan en los asientos traseros de mi coche, aparcado casi siempre en la calle ourensana. Un día, mi padre, entonces director del periódico, me llama a su despacho, en donde lo acompañaba un pariente suyo miembro de la “policía secreta”. Venía a advertirnos de que había orden de Madrid de vigilar el “escarabajo” azul porque pasaba propaganda comunista… Después vendrían las primeras campañas electorales y los primeros mítines de nuestra vida, los festivales de cine prohibido aquí, las ruedas de prensa clandestinas con políticos españoles -incluido el carlista aspirante a ser rey de España-, los miembros de la PIDE refugiados en Verín, el contrabando de armas, la monumental pintada en un muro de Caminha: “Arriba Franco... más alto que Carrero Blanco”, las luchas por el poder, pero nunca antes había sido tan bonito el abril en Portugal.

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