REPORTAJE

Un corazón de crema solar

photo_camera Mafalda Soto con dos hombres albinos a los que atiende.

La ourensana Mafalda Soto integra un proyecto humanitario en Tanzania a través del que produce un fotoprotector para los albinos del país y les ayuda a fomentar su educación. 

El mundo está invadido de ourensanos, es un hecho. Si uno sabe buscar, encontrará a un nacido o descendiente de nacidos en la provincia en cualquier parte del globo. Su carácter de adaptabilidad les ha permitido asentarse y crecer hasta en los lugares más remotos. Tanzania es un buen ejemplo. En pleno corazón de África, una farmacéutica ourensana desarrolla una labor humanitaria destinada a mejorar las condiciones de vida de los albinos del país.

Mafalda Soto es su nombre. Hace casi cuatro años –los cumplirá en marzo-, se desplazó a territorio tanzano como parte de un proyecto coordinado desde la Universidad Ramón y Cajal, a través del que un equipo de dermatólogos españoles forma a facultativos locales para que sean capaces de realizar correctamente operaciones de cáncer de piel en personas con albinismo. Una de las patas de este proyecto consistía en la importación de contenedores de fotoprotector procedente de un laboratorio español, pero ante los numerosos problemas logísticos, surgió la idea.

“Trabajé en un laboratorio con anterioridad, así que se me ocurrió que podíamos empezar a producir por nosotros mismos el fotoprotector”, explica la propia Mafalda Soto. En el departamento de Dermatología del hospital en el que trabaja, el tercero de referencia de Somalia, había un contenedor adaptado para hacer preparaciones tópicas que emplearon para elaborar la crema a partir de dos fórmulas que se habían traído y que “se adaptaron a las necesidades de los albinos”. Su piel extremadamente sensible requería de un producto resistente al agua y que no se contaminase con nada, algo que cumplió el fotoprotector que elaboraba la ourensana, al que puso el nombre de Kilisun.

“Este proyecto, que empezó casi de rebote y atendía a muy poca gente, fue ganando acogida, y cuando se nos fueron quedando pequeñas las instalaciones, una gran organización canadiense nos dio apoyo para llegar a más población”, relata Soto, que añade que más adelante se incorporó el potente laboratorio químico BASF, lo que “dio un sello de calidad, apoyo técnico y controles”, lo que ha facilitado con creces una producción que comenzó con muchas dificultades. “Lo hacemos a nivel muy local, pero mantenemos los mismos criterios de calidad que en Occidente, porque África no debe ser menos”, comenta.

Fabricar fotoprotector es sólo una parte del proyecto. En una cultura de rechazo tradicional al albino y de desconocimiento de las cremas solares, la educación y la concienciación son fundamentales. “Son un colectivo tan falto de dignidad y autoestima, que apenas se preocupan por ellos mismos, lo que lo complica todo”, señala Mafalda Soto, indicando que el siguiente paso es contar con un equipo de educadores que ayude a inculcar el uso del protector “de tú a tú, sin esa distancia que hay con el médico en todas las sociedades”.

El trabajo requiere cubrir mucha distancia, ya que el gobierno tanzano habilitó centros de educación incluidos aquellos destinados a niños albinos con lo que el equipo de Mafalda Soto trabaja codo con codo. “Nos desplazamos allí y ayudamos a los profesores, matronas, cuidadores y los niños mayores que se responsabilizan de los pequeños, porque también es importante enseñarles motivación”, reflexiona la ourensana. Y es que el carácter de necesitada de la sociedad de la África deprimida la ha convertido en excesivamente dependientes de la ayuda de otros y la ha acostumbrado a recibir. “Además de recursos, necesitan entusiasmo”, comenta Soto, que ha recurrido a la eficaz herramienta de utilizar las cremas como premio para los chicos que muestran actitud. Un ejemplo de estas prácticas fue el promover el reciclaje de los envases de Kilisun vacíos.

El proyecto trabaja con más de 1.600 albinos y se busca como meta “consolidarse, porque queremos que entiendan por qué les ayudamos”. También prevén que para 2015 se afiancen las relaciones con el gobierno del país y más organizaciones humanitarias para que la iniciativa sea aún más eficaz. “Queremos que vean que hacemos un servicio a su gente”, afirma la farmacéutica.

Con sólo 32 años de edad, Mafalda Soto es un ejemplo de humanidad y de interés hacia los más necesitados, algo que, tristemente, escasea en todas partes del mundo. Con modestia, ella explica que “ver sentido a lo que haces y saber que estás donde tiene que estar te da fuerzas”.

La ourensana defiende que la labor humanitaria requiere de “una cabeza amueblada”, dado que no ve coherente “venir aquí escapando de algo”. “Hay que ser paciente y saber entender sus retos y problemas, porque tienen vidas muy duras”, explica. Que no cambie nunca.

Te puede interesar