Historias de un sentimental

Cuando Enrique Líster, como un jubilado, nos visitaba por aquí

En 1980, sus camaradas y amigos trajeron a Galicia al general comunista Enrique Líster, e invitaron a una serie de periodistas gallegos para entrevistarlo en diversas plazas del país. Lo llevaron de aquí para allá, y yo fui uno de los convocados. Cuando lo conocí lo acompañaba un viejo amigo mío, buenísima persona y comunista de toda la vida que era presidente de la asociación de jubilados, pero al que conocíamos cariñosamente como “Saudiña”, porque siempre se despedía de este modo. Era de esos hombres sencillos e idealistas. Líster estuvo en Vigo, Santiago, A Coruña, Ourense. Sin duda era un personaje interesante por conocer y no había cambiado de ideas. Era especialmente crítico con Santiago Carrillo, al que dedicó un libro, sobre la destrucción del PCE. Líster era un comunista en estado puro, frente al Eurocomunismo de Carrillo, Belinguer y Machais. Otra de sus críticas más duras era contra los anarquistas a los que tuvo que meter en cintura en Aragón, para desmontar el comunismo libertario que habían instaurado FAI y CNT. El valdeorrés Santiago Alvarez, luego secretario general del PCG, que era uno de los comisarios, me dijo que para ganarse de nuevo a la población llevaron juguetes a los niños. Pero eso es historia para otro día.

Cuando conocí a Lister tenía 73 años; es decir, uno menos que tengo yo ahora. Parecía un jubilado, con chaqueta de punto y gabardina, sino fuera por el detalle de un pañuelo anudado al cuello con chulería. Aquel hombre había sido general de los ejércitos soviético, polaco y yugoslavo, y era entonces además secretario general del PCOE que fundara (Partido Comunista Obrero Español), miembro del Consejo Mundial de la Paz. “Puede parecer que un hombre como yo que ha participado en tres guerras lucha ahora por la paz”. Aquel viejo estalinista, porque lo era, achacaba la culpa de la guerra no ya a la derecha y el fascismo, no; “sino a nuestros maravillosos dirigentes socialistas y republicanos” y añadía que en aquellos años treinta del pasado siglo se produjo un cambio de régimen, “pero el poder siguió en las mismas manos”. 

Hablando de la guerra me sorprendió el respeto con que se refería los jóvenes del otro bando, que con los del suyo consideraba lo mejor de España, recordando que se había batido contra ellos conscientes de que aquellos soldados no eran sus enemigos, sino otros. Y presumía de la potencia de fuego de su batallón de gallegos dentro del Quinto Regimiento. El jefe de este batallón era otro gallego, jefe del equipo de fútbol que fuera de Galicia a la Olimpiada. El original grabado de esta entrevista está depositado en el Arquivo Sonoro de Galicia, en Santiago. Uno de los aspectos más interesantes de aquella experiencia fue tener delante a un personaje que había tratado a Nasser, a Tito, a Nehru a Mao Tse Tung, a Castro, al Che Guevara… Pero la entrevista se puso tensa cuando me referí a Stalin y sus purgas. Y en ese momento me dijo: “La vida de los hombres hay que juzgarlas en su conjunto. Hay una serie de gentes que quieren juzgar a los hombres separados de su contexto y su situación histórica. Hay que ver lo que era Rusia cuando Stalin cogió en sus manos la dirección del partido y los diferentes períodos que atravesó, las circunstancias exteriores y el bloqueo que padeció y un partido que abrió el camino a lo que será lo más grandioso de la Humanidad que no veremos ni tú, ni yo ni tus hijos, ni tus nietos no bisnietos que será el Comunismo. Bajo la dirección de Stalin se dieron los primeros pasos”.

Al escuchar todo esto, yo no sabía qué cara poner. ¿Qué pensaría hoy Líster del modo en que ha cambiado el mundo en el que él creía? Pero me acordaba del poema que Antonio Machado le había dedicado (“Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, contento moriría). Era sin duda un curioso personaje. Vivía a caballo entre Madrid y Galicia. Dos años antes de esta entrevista, en enero de 1978 el teniente general Vega Rodríguez, jefe del Estado Mayor del Ejército, había elogiado la capacidad militar de Líster y Modesto, jefes del Ejército republicano en la guerra civil española, durante el discurso pronunciado en la sede de su cuartel general con motivo de la celebración de la Pascua militar. La referencia a los militares republicanos, produjo gestos de extrañeza y de contrariedad en algún sector de los militares asistentes, e hizo que el teniente general Iniesta Cano, que estaba presente en el acto, se santiguase. Pero fue un noble gesto que no todo el mundo comprendió de un soldado para otro.

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