TRABAJOS ARTESANALES

El oficio hizo al apodo en Cartelle

O Zapateiro y O Ferrador se convirtieron en el nombre de Pepe y Antonio, cuya historia mantiene viva la magia de los oficios tradicionales. Ellos son dos ejemplos ourensanos de los Días Europeos de la Artesanía.

Pepe González (1935) viste un mandil de cuero sobre un jersey de lana viejo. En su taller de Outomuro (Cartelle), un alpendre de poco más de 10 metros cuadrados, un pequeño candil alumbra la estancia. Los ojos van directos a sus manos: el reflejo de una vida dedicada al campo y a la artesanía.

Si no fuera porque lo que hace en el taller no son juguetes, bien podría ser Gepetto salido del cuento. Hasta comparten nombre. "Son Pepe pero chámanme O Zapateiro. 'Que fas, zapateiro? A onde vas, zapateiro? Pois vou ó café, e despois a atender á señora'. E así quedoume o mote".

¿Cuántos viajes caben en 82 años? "Vouche empezar a contar a miña vida", dice desde el otro lado del mostrador de madera, donde amontona algún par de zapatos.  "Nacín no lugar de O Rincón. Eramos tres irmáns e quedei sen pais de novo. Criounos unha tía e íamos ao xornal alí onde o había. Aos 20 anos apunteime para zapateiro na mili, sin saber nada, pero de alí saín co oficio aprendido".

En el capítulo de artesano escribe muchas páginas. "De día na agricultura e de noite facendo zapatos. Non había leña para quentarse, entón traballaba". Poco más de 500 pesetas recompensaban días de labor. También admitía otro pago: "Por arreglar zapatos a xente viña axudarme na agricultura e eu dáballes a comida".

"Cando tiña 20 anos apunteime para ser zapateiro na mili, sin saber nada, de alí saín co oficio aprendido"

De aquellos tiempos guarda un baúl de recuerdos en su pequeño taller. "Antes facíanse a man, agora por arreglar  zapatos son tan baratiños que con que cobres cinco euros xa lles parece moito", explica mientras saca todas las fotos del cofre. Busca una en concreto: "Quero enseñarche a da burra, porque despois de comprar dúas vacas para traballar, a muller e máis eu acabamos cunha burra. E nas horas que me quedaban libres era zapateiro". No encuentra la instantánea, así que vuelve al presente. "Agora cuido da señora e arréglolle os zapatos aos amigos. Ao que vén, aténdoo". Me muestra una de las formas con las que hacía zapatos, de un cliente muy especial. "Era o home máis alto do pobo, so lle facía eu os zapatos", recuerda.

Antes de despedirme, rebusca la foto. Desgastada por el tiempo, un joven Pepe posa con la burra que le dio de comer a la familia y le dejó tiempo para la pasión de zapatero. "Con 82 anos pouco podo facer, pero veño ao taller e polo menos non me aburro".

Cerero de profesión

Ramón González (1966) inició un romance con la cera en la fábrica de un vecino. "Cando acabei oitavo de EGB empecei a traballar alí". Hace años se jubiló de un oficio que se apaga poco a poco: ser cerero. "As velas poden tardar días en facerse, con descansos, pero o proceso implica varias capas de cera ata que esté listo". Y hay encargos y encargos. Recuerda uno "descomunal", dice. Un cirio pascual de 20 centímetros. De no ser porque los habituales miden menos de ocho, el dato no sorprendería. Ganó poco más de 3.500 pesetas con este encargo, en los noventa. Y siguió viviendo del oficio hasta la jubilación.

¿Qué le encandiló? "De neno ía quentarme cos amigos á fábrica. Así empezou.  A cera encántame". Lo que queda de aquel taller está cerca del de Pepe, O Zapateiro. No es casualidad. Son padre e hijo.

30.03.17.CARTELLE.OUTOMURO.O MUNDIL.ANTONIO FERRADOR.El legado del ferrador

Los Días Europeos de la Artesanía podrían fijar territorio en Outomuro. Falta una parada: la hípica de O Mundil. En un rincón está Antonio Rodríguez (1959). Igual que Pepe, también fue perdiendo el nombre real. Aquí es O Ferrador. Y es de la vieja escuela. "Teño unha ferramenta que debo ser o único na provincia de Ourense que a usa". Enseña un pujavante, con el que corta la pezuña al caballo. África, una vieja yegua, se deja hacer.

O Ferrador conserva el legado de su padre, Manuel. Como no podía ser de otra manera, Manuel O Ferrador. El relato del aprendiz es, sin quererlo, el de su progenitor. "Meu pai ten 88 anos, ferrou ata os 78 e eu mamei o oficio por él". Conserva un libro de los años 40 sobre conocimientos  del herrador.

Fue la Biblia de su antecesor. "Aínda vale, pero traballando é como se aprende". Herrar no fue suficiente para vivir, al contrario que para el maestro. "Él non emigrou, foi ferrador sempre". Antonio creció con el patio lleno de animales, con arrieros gritando por la noche el nombre de su padre para que atendiese las caballerías. "Hoxe o ferrador so vive das hípicas, eu ferro catro animais nun día como moito", relata mientras mima a Maur Jatib, una yegua blanca muy dócil. "Quérolle ben". Y al oficio, también.

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