Aquel Ourense- La guerra y posguerra de un médico

 (Foto:   )
El ejercicio de la Medicina, por su propia naturaleza, requiere de un carácter vocacional indudable. Pero si a ello le añadimos un ambiente histórico trágico, como nuestra Guerra Civil y la sangrienta posguerra, con participación directa en esos episodios, de forma no voluntaria sino arrastrado por los acontecimientos, esa fortaleza vocacional es sometida a tal grado de exigencia que, de ser superada sin traumas, contribuye inequívocamente al desempeño de la profesión de una forma mucho más humana y cercana. No es que para desempeñar mejor la medicina haya que haber participado en una guerra, sino que la desagraciada experiencia contribuye a una humanización en el trato con el paciente y a una exaltación del derecho a la salud y a la vida. Al menos eso es lo que creo sucedió con mi padre.
D. Eustaquio Álvarez Eire (Ourense, 1914-1996) fue llamado a las filas del ejército de Franco el 25 de agosto de 1936, incorporándose al Regimiento Zaragoza 30, de guarnición en Ourense, en el cuartel de San Francisco. El 15 de octubre salió con una compañía, formando parte de una de las columnas gallegas, hacia Asturias, haciendo noche en Luarca para instalarse en la localidad asturiana de Cornellana, recién conquistada.

A sus 22 años, había terminado 4º curso de Medicina en la Facultad de Santiago. Fue destinado como enfermero-practicante en el Botiquín del 10º Batallón. Tras su estancia en el Frente Asturiano, su unidad fue desplazada a Aragón, en donde participó en el sitio de Teruel. Posteriormente, debido a una bronquitis aguda que a punto estuvo de costarle la vida, se le desplazó a retaguardia, cumpliendo destino en Lugo hasta el final de la guerra.
Desde hace unos meses dispongo, en propiedad, de los papeles de mi padre. Algunos de ellos ciertamente interesantes. Entre ellos sus diarios de guerra, en los que relata con bastante detalle su quehacer cotidiano. Algunos pasajes son reveladores, tanto de su personalidad vocacional por la medicina, como de los propios sufrimientos padecidos en la contienda. Pasada la guerra, mi padre terminó enseguida la carrera y fue nombrado medico civil del Regimiento, con plaza en Ourense, primero el Zaragoza 30, y a partir de 1944 el Zamora 8.

Entre la documentación que poseo desde hace muy poco tiempo, he encontrado algo que me ha impactado: se trata de unos pequeños sobres de un sombrío color verde caqui, en cuyo interior aparece una hoja minuciosamente doblada y mecanografiada. Son órdenes del gobernador militar de Orense dirigidas al “Sr. Médico Don Eustaquio Álvarez Eire”, para que auxilie a los reos que unas horas después serán fusilados. El texto literal de una de estas órdenes es como sigue (obsérvese la autoritaria redacción castrense):
“Sírvase V. presentarse en el Cuartel de San Francisco a las veinticuatro horas treinta minutos de la noche de hoy, a los Jueces instructores Comandantes de Infantería Don José Rodríguez Reigada y Don Benjamín Hermida Taboada, al objeto de prestar los auxilios que pudieran precisar tres reos condenados a muerte y para reconocer sus cadáveres una vez ejecutada la sentencia que se llevará a cabo en las inmediaciones del citado Cuartel a las siete horas del día de mañana veintidós del corriente.
Acúseme recibo de este escrito inmediatamente de recibirlo.
Dios guarde a V. muchos años.
Orense 21 de Agosto de 1944.
El General Gobernador Militar.”

Cierto es que estos documentos no mencionan ni los nombres de los reos ni las causas de su condena, pero ello no es óbice para poder imaginarnos el estremecimiento que debió suponer el tener que asistir a estos terribles actos. Pero no era una opción discutir la orden del militar correspondiente.

Mi padre nunca me había dicho nada de esto, aunque sí sabía que había asistido o realizado autopsias de fusilados en la cárcel orensana a finales de los cuarenta. Sin embargo nunca hablaba de los fusilamientos que se produjeron en los años inmediatos posteriores al fin de la guerra. Creo que es conmovedor el decoro de su conducta para conmigo, y por supuesto para consigo mismo, el mantener durante toda su vida un respetuoso silencio sobre su participación como médico, con una obvia obligatoriedad, en unos sucesos desdichados y propios de la barbarie de la época. Conociendo su mentalidad, estoy convencido de que su recuerdo le resultaba tan doloroso que prefirió no mencionármelos. Por eso digo, tiempos difíciles, en los que compaginar la dignidad con el cumplimiento de la legalidad vigente era tarea harto compleja.

Ahora, con la serenidad del tiempo transcurrido, comprendo muchas cosas y entiendo aquellos gestos que muchos pacientes, agradecidos, le dirigían a “Don Eustaquio”.

Te puede interesar