Cada mañana al asomarme a la ventana de mi habitación me viene a la memoria la célebre 'Pepa'. Enfrente de mi casa está el lugar en el que estuvo encerrado y murió uno de los dos clérigos más importantes que intervinieron en aquellas Cortes qu

Quevedo, el obispo que votó no a 'la Pepa'

Se trata de quien había sido rector de la Universidad de Salamanca, el sacerdote liberal extremeño Diego Muñoz-Torrero 'alma mater' del documento cuya comisión ponente presidió; artífice del fin de la Inquisición española, y quien pronunció el discurso con el que se iniciaron las sesiones de las Cortes y en el que marcó las ideas fundamentales de la Constitución, algunas verdaderamente revolucionarias para un clérigo de entonces: defendió que la soberanía nacional residía en el pueblo, pidió la libertad de prensa, la supresión del Santo Oficio y la abolición del régimen de señoríos.
Huyendo del absolutismo se refugió en el Alto da Barra, cerca de Estoril, donde murió en 1829. Rubio Llorente lo calificó como un 'liberal trágico'.

Junto a él tuvo gran relevancia el que fue obispo de Ourense (1776-1818), fundador del Seminario, Pedro Benito Alonso Quevedo y Quintana (Villanueva del Fresno, 1736 - Ourense, 1818) y uno de los cinco elegidos para participar en el Consejo de Regencia durante la Guerra de la Independencia. En 1816 el papa Pío VII lo nombró cardenal. Aquel Consejo de Regencia tenía la misma autoridad que Fernando VII, y su principal misión fue la organización de las Cortes Constituyentes. En 1754 opositó y ganó una beca en el colegio de Cuenca en Salamanca, iniciando así brillante carrera eclesiástica que le llevaría a licenciarse en teología en Ávila, a opositar a la canonjía magistral de Badajoz (1755) y a ganar la lectoralía de Zamora (1756). Ordenado sacerdote en 1760, fue magistral de Salamanca por oposición, graduándose en Leyes en su universidad. Ocupaba el cargo de Vicecanciller cuando fue propuesto como obispo de Ourense (que tardó en aceptar). Fue consagrado en las Salesas de Madrid (4/7/1776) por el obispo de Salamanca don Felipe Beltrán Serrano, asistido por los auxiliares de Toledo don Felipe Pérez de Santa María y don Francisco Mateo Aguiriano Gómez.

La regencia de Fernando VII, desde el 2 de febrero de 1810, estuvo compuesta por cinco miembros y un representante de las colonias americanas. El general Castaños, los consejeros de Estado don Antonio de Escaño y don Francisco Saavedra, el obispo Quevedo y, por América, Esteban Fernández de León. Este Consejo de Regencia se completó cuando Quevedo pudo presentarse, cuatro meses más tarde. La presencia de Quevedo en Cadiz la recoge el pintor Casado del Alisal, en cuadro que preside hoy el Congreso español. Quevedo también hizo las veces de presidente regente, siendo protagonista en las Cortes que, en contra de su voluntad, aprobaron 'la Pepa'. Su resistencia a jurar la Constitución le acarreó la pérdida de bienes y su expatriación. Expulsado de España, lo aceptó sabiendo que salía del territorio nacional pero permanecía en su diócesis, ya que Tourêm (Portugal) era parroquia diocesana. Su sepulcro, obra de Solá, está en la Catedral.

Su humildad y práctica de la caridad las recoge la historia al margen de su cometido político. Rechazó prebendas y condecoraciones que sólo aceptó tras reiteradas presiones. Amó apasionadamente a la monarquía y a su patria, con coherencia poco común. Hombre de carácter y genio pronto y vivo, y clara inteligencia, piedad profunda, recogimiento, santidad y caridad que le hacía llevar una vida austera y frugal, entregado totalmente a los pobres, a quienes daba todo cuanto tenía ya desde estudiante. Los regalos que recibía iban directamente a los más pobres. Persona de gran entereza y lealtad.

Fue muy querido en Ourense, haciéndose famoso por ello. Se opuso frontalmente a José Bonaparte, como consta en su misiva al Consejo de Castilla, y fue presidente de la Junta de Ourense, después de la de Lobeira y también a la Suprema de Galicia. Cuando el mariscal Soult le invitó a volver para aquietar la agitación provincial respondió desde Portugal con firmeza, agradeciendo la honra y negándose a la propuesta.

Regresado el rey Fernando VII, volvió a Ourense en triunfo, y gozó desde entonces de tranquilidad dedicándose por entero a la diócesis. Renunció el Arzobispado de Sevilla y a participar en la Corte, y a la fuerza admitió la Gran Cruz de Carlos III y el capelo cardenalicio por Pío VII. Ante las fiestas con las que Ourense solemnizó su investidura de cardenal, afirmó: 'Toda esta bulla se reduce a que seré enterrado con ropa encarnada en vez de morada'. Muere el 28 de marzo de 1818 con exequias solemnes, asistiendo con lágrimas los pobres ante la pérdida de su gran valedor.

Moría con fama bien ganada de hombre piadoso, coherente, austero y justo.

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