La vieja manía de pegar carteles en los muros

artel de un evento organizado por el Concello bajo una placa que recuerda la ordenanza municipal que prohíbe fijar carteles. (Foto: Miguel Ángel)
La ciudad amanece todos los días plagada de carteles adheridos ilegalmente a los muros de la ciudad. A los grandes formatos, y clásicos, se añade la fiebre de los pequeños mensajes que pegan particulares con la intención de vender propiedades u ofertar servicios, unas veces legales, y otras insertos en la economía sumergida. No valen de nada los recordatorios de las ordenanzas. El hecho de que se prohiba fijar carteles no hace sino pensar, a algunas personas y entidades, en fijar precisamente carteles.
A las paredes se añade ahora mobiliario urbano, que usan los particulares para publicitarse ilegalmente JUAN TALLÓN La cartelería tiene sus orígenes en la segunda mitad del siglo XIX, y desde entonces se ha inventado el letrero, el hombre anuncio, el neón, los escaparates, el post-it,... Pero los carteles continúan pegándose, en una maniobra de resistencia titánica a un ocaso que sí ha oscurecido otras ideas surgidas de dos siglos hacia aquí, como el comunismo, el walkman o el juego de la oca. El desarrollo de las metropolis y del capitalismo los ha salvado. De hecho, la ciudad es el gran medio publicitario. Es el medio y es el mensaje. Sus muros, sus vallas y especialmente su mobiliario urbano, son soportes publicitarios gratuitos y en una mayoría de casos, ilegales. ¿Pero a quien le importa la ley si hay beneficios? Hablamos de carteles comerciales, y hablamos de plaga. Basta caminar por Santo Domingo. El número 68 es un clásico. Esta semana comparten pared la discoteca Maxims, un viaje organizado a Lourdes en busca del milagro, y el anuncio de una fiesta lésbica, que bajo la imagen de una virgen, honraba a ‘Nossa señora do perpetuo lesbicio’. Un alarde creativo.

Los carteles anuncian lo de siempre, y además lo último, mientras cuelgan de las paredes de toda la vida, pero también de soportes hasta hace poco inexplorados. Hablamos de semáforos, farolas, canalones. Estos postes han transformado no sólo la circulación, el paseo, el abastecimiento. También han transfigurado la comunicación comercial. Junto a las fiestas patronales o temáticas, el circo, los conciertos o las competiciones deportivas, conviven ahora las despedidas de soltero, las niñeras, el especialista en impermeabilizaciones o el disc jockey para bodas y eventos con 10.000 canciones a disposición del cliente.

Allí donde se advierte ruina, o abandono, o un simple traspaso de negocio, tiende a caer un cartel, que a su vez avisa a otros. Ocurre en el viejo Hotel de la Plata, en la plaza de San Francisco. Está cerrado. Muy cerrado. Pero sus cristaleras están salpicadas de celofán, como esos parabrisas de automóviles están salpicados de mosquitos. Cíclicamente se cubren de anuncios, y periódicamente los retiran, dejando el adhesivo una vez y otra.

La sofisticación de la ciudad ha arrinconado los espacios dedicados a la cartelería, pero no los ha erradicado. Eso sería tanto como erradicar la subversión o el mal gusto. Si se sube por Concordia, a la presencia agotadora de los carteles de Maxims, se unen los de la Fiesta del Pulpo, y un ciclo de cine alternativo organizado por Xuventude Comunista de Galiza.

‘Prohibido prohibir’

Bajo lo actual, sin embargo, late lo rancio, y en el parque de las Mercedes, 1, la última fiesta de Maxims (realmente es una plaga) deja ver el rostro de Ana Miranda. ¿La recuerdan? Fue candidata del BNG al Parlamento europeo. Aunque no está sola. A la altura que caminan las hormigas se intuye lo que queda de Emilio Pérez Touriño, candidato socialista al Parlamento gallego. Es una presencia fantasma, descolorida, pero que se resiste a dejarse arrancar, como en la realidad.

El cartel ha sido históricamente un formato reivindicativo, y todavía en el alma del que encola el papel, y lo afirma a la pared, late el mensaje sesentayochista de ‘prohibido prohibir’. O su versión nihilista y posmoderna: ‘Hago lo que me da la gana’. En el callejón que conduce del parque de las Mercedes a la calle Viriato hay algo de eso, y bajo una placa con la ordenanza municipal que expresamente prohíbe fijar carteles, se fijan carteles. Cierto que además de las discotecas que mendigan clientela en todas las esquinas, los anunciantes de esta pared tienen ya poco que perder. La revolución cubana, que celebra el 50 aniversario con conferencias, lo perdió todo no se sabe cuándo. Izquierda Unida, la otra organización que aprovecha la pared, lo viene perdiendo casi todo desde los tiempos de Julio Anguita.

El Concello contra el Concello

Nunca se acaba de ver todo en cuestión de carteles. La ciudad tiene demasiadas paredes, y detrás de ellas hay demasiados ciudadanos dispuestos a llevar su mensaje hasta donde sea necesario para que rebote hacia el mayor universo de receptores. Pero cuando se ve una buena parte, se ha visto mucho. Algunas cosas sorprenden, otras causan indiferencia, algunas provocan rechazo. Nada es bastante alucinógeno, sin embargo, hasta que se penetra en la calle Viriato, número 16. Acá está el milagro que no se va a encontrar en el viaje a Lourdes. O el escándalo. ¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Mataron a alguien? Aún no. Bajo una reluciente placa en la que se recuerda que según el capítulo dos, artículo nueve, patatín y patatán, se prohíbe fijar carteles, y se considerará responsable a la empresa anunciadora, el Concello de Ourense ha fijado los suyos. Se trata de carteles promocionales de ‘Uni-diversidad’, un encuentro multicultural en el que el pasado fin de semana, en Seixalbo, participaron representantes de diversos colectivos inmigrantes. Todo, patrocinado por las concejalías de Benestar y Cultura. Frente a la dificultad para erradicar la cartelería ilegal, parece que el Concello ha decidido impulsarla. ¿Si no puedes con tu enemigo, únete a él?

El individualismo llega a los mensajes

La presencia de anuncios particulares en semáforos o farolas es una prueba de que los mensajes también han caído en el individualismo. Si hasta los años 80 imperaron las aventuras colectivas, la etapa posterior derivó en un individualismo extremo. Por eso también los anuncios son más exclusivos que nunca. Es una persona la que se anuncia, y un tipo de servicio muy concreto el que se ofrece. La crisis, el desempleo, han agudizado la tendencia, y hay una avalancha de mensajes para deshacerse de pisos, o alquilarlos, así como para ofrecer servicios, por parte de trabajadores por ucenta propia, en muchas ocasiones desde los canales de la economía sumergida.

¿Problema? ‘El uso ilegítimo de un espacio público, desde el que practican una competencia desleal sobre aquellas personas u empresas que insertan publicidad en medios de comunicación, guías o vallas’, indica el concejal de medio ambiente de Ourense, Demetrio Espinosa.




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