La carretera de Castilla y la peste de Oporto

 (Foto: )
un en nuestros tiempos de estudiantes bajo don Marcelo, don Eduardo, don Salvador, don Felipe, se llamaba 'de Castilla', como si se tratara del famoso consejo de apelación y con un agradecido acento ante la comodidad del coche en vez de las tardes recuas. Un sentido gravemente neoclásico de algunos tractos de la política itineraria en el XIX la orló de hermosas series de olmos en composición que a ciertas horas llevaba al palacio real de la tarde.
Fue paseo de moda. Hasta los pretiles del puente de Mariñamansa llegaban algunas señoras. Tercetos, quintetos, hasta septenas de señores de brillante pechera hacían historia de fincas y linajes, ante muros dormidos, hasta Seixalbo. La cuesta del Cumial señalaba el comienzo de otro mundo. Se admiraban las viñas bien cuidadas, se hablaba del alto 'Piñeiral' de los Temes. Por Mariñamansa llegaba, sonriente y afectuoso, de paseo con su secretario, el obispo don Cesáreo. En rigor la ceremonia -pues ceremonia de sociedad era el paseo en la tarde de los domingos soleados de invierno-comenzaba en la Huerta del Concejo y puente de la Burga. Se saluda a la marquesa de Leis, emocionante cabecilla blanca, sentada en el cenador de su jardín ordenado en tiempo de cortés poema. La flor de la fiesta desplegaba sus pétalos en el Posío. Como gustosa 'coda' las sedas, terciopelos, manguitos, los macferlans, gabanes y algunas chisteras seguían hasta Mariñamansa, ya con una advertencia de frío en las sombras que hacía temblar por las gargantas de las jovencitas.

En los últimos días de la niñez apasiona el descubrimiento del contorno de la ciudad. Por la carretera elegida podía saberse algo del carácter. Llamaba en primer término la grandeza, opulencia y vida del Miño. Por el rumbo de Castilla nos oprimía a veces una vaga angustia. Todo parecía más viejo y parado a pesar de la magnificencia de la carretera y Orense se ofrecía por su flanco más arcaico y gris.

Al leer en un catálogo de libros de viejo uno sobre la peste bubónica de Oporto en 1899, recordamos una mañana del viejo Orense. Era el último año del XIX, o más probablemente el primero del XX. En los círculos de graves señores, en las casas, se hablaba de la peste bubónica. Se referían sucedidos a lo largo del cordón sanitario formado por fuerzas del Ejército a lo largo de la larga y complicada frontera. Cuando pasado el peligro se habló del regreso de las tropas destacadas en la 'Raya Seca' unos cuantos muchachos, después de la primera clase, salimos hacia Seixalbo. Pronto llegaron los regimientos, debían ser dos, con aire alegre, los jefes barbudos a caballo. Alguno habló a los de nuestro grupo y hasta invitó a uno de nosotros a subir a la grupa. Era, con los roses, las mantas enrolladas, una de las últimas visiones de la España militar de la Segunda guerra carlista.

A la altura del Posío las fuerzas, recibidas por las autoridades de la ciudad, se organizaron en orden de desfile que por el puente de la Burga y la calle, entonces, de Pereira, siguió por la plaza subiendo al Cuartel por las Damas, Corregidor y San Francisco. Presidían las autoridades en el balcón del Ayuntamiento, o mejor en primer término el jefe de la fuerza, que debía ser un coronel, pues habiéndose distraído una compañía siguiendo por el flanco de la plaza el jefe la mandó rectificar y dar la vuelta obligada en curva diciendo con gran voz que llenó todo el ámbito con la ayuda de un taco al equivocado capitán:

-'¡He dicho que por delante de mí, en columna de honor!'.

Te puede interesar