Opinión

Desmontando a la bruja

"Soy una bruja”.

Hemos quedado por primera vez y nada más vernos lo suelta así, a bocajarro, acompañado de un gesto de orgullo y también de desafío. De modo que abro paréntesis y, un tanto descolocado, trato de carburar una respuesta. ¿Pero qué es lo que yo sé sobre brujas, magas o hechiceras?

 Una primera aproximación, erudita, feminista, consistiría en las tesis de Silvia Federici (“Calibán y la bruja”) que vinculan la caza de las brujas con la destrucción de todo un universo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habrían sido la base del poder de la mujer en la era premoderna. ¿Ejemplos? Pues, los más relevantes, el control de la reproducción mediante el uso de remedios naturales anticonceptivos, la libertad sexual y la autonomía personal. Esta destrucción por la violencia arrojó, tan solo en Alemania (los países de la Reforma protestante fueron los más activos) una cifra de, al menos, 100.000 mujeres quemadas en la hoguera.

Una segunda aproximación, erudita, liberal, es la que mantiene Antonio Escohotado

(“Historia general de las drogas”) quien subraya el paralelismo entre la cruzada contra las brujas y la cruzada contra las drogas, las dos llevadas a cabo por el Estado. Para Escohotado, la caza de las brujas no fue sino un pretexto y un dispositivo de control para exterminar a los sujetos o agentes de un problema creado ad hoc por los estamentos superiores. Así también con la política contra las drogas.

Y cierro paréntesis porque ya tengo mi respuesta.

-Yo también.

-¿Tú también qué?

-Pues que yo también soy una bruja -respondo al fin-.

Y creo que estoy de suerte porque me devuelve una sonrisa. Una sonrisa difícil de describir. Entre ambos se ha creado una interfaz e ingresamos a continuación en el teatro de los sueños. Vamos a la FNAC a jugar con todas las chucherías tecnológicas que allí tienen, se ha probado (¡ay!) unas camisetas en una tienda muy cool y, finalmente, despachamos unos helados mientras observamos cómo cae la noche sobre la ría de Vigo. El aire es liviano y huele a melocotón. ¿Nos volveremos a ver?

Epílogo. Unas horas más tarde regreso por la A-52. El coche falla y me aparto en la salida 191 junto al área de servicio. Al llegar, se para solo. Ni un alma, está cerrada. Bajo a inspeccionar y rodeo el edificio como un maleante cualquiera. Percibo una música suave que procede de la ladera del monte. Es una flauta. También hay luces allá arriba y se oyen risas. Hace calor y me desnudo. Busco un hueco en la alambrada de la autopista y accedo al terraplén. Comienzo a gatear cuesta arriba y me acuerdo de su sonrisa. Comprendo que era una invitación. Me estoy acercando. Se van a enterar. Estoy muy en forma.

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