Opinión

Luna hotel

Huésped 1

 Hace mucho tiempo, en las últimas tardes del verano, la tribu bajaba hasta la playa antes de que se ocultara el sol y se ocupaba de reunir madera de deriva que el océano había expulsado de sus carnes como quien expulsa una lágrima o un secreto. Entonces hacíamos una pira y nos desnudábamos para entrar en el agua. Chicos y chicas nadando en grupo hacia los Cons ida y vuelta. Al salir encendíamos una hoguera. Y en círculo sobre la arena, la noche y las llamas abrazaban al grupo. Lentamente el calor del fuego secaba nuestros cuerpos ateridos y lentamente se despertaban los deseos. Así que nos perdíamos por parejas (a veces más) entre la oscuridad de las dunas.

Ahora observo a menudo los Cons cuando voy a esa playa como una gran joroba de piedra en mitad de la ría y nado en solitario hasta allí. Pero ya no hay tribu que me espere al salir. Tan solo un jadeo o una respiración agitada tumbado en la orilla.
 

Huésped 2

Cuando yo era joven admiraba profundamente a Boris Vian (pronúnciese Vían, no Vián). Por jazzmen y trompetista, ingeniero, periodista, autor sublime de canciones, poemas y novelas. El mago del equívoco. Polímata, elegante y urbanita. Para celebrar a Vian cada año yo leía de entre sus obras “La hierba roja” y “La espuma de los días”. También “Escupiré sobre vuestra tumba”, que había escrito con el pseudónimo de Vernon Sullivan tomando el pelo a la crítica. Hoy lo he recordado porque el domingo, el absurdo y la lluvia ayudan: Vian murió de un infarto a los 40 años en el mismo cine en donde se realizaba el preestreno de la adaptación de esa novela. La más polémica. La productora lo había apartado del proyecto pero él había acudido de incógnito. Era un hombre inteligentísimo con un corazón sensible. Y aquella adaptación era tan insulsa que, tal vez, acabó con él. Yo amaba a Vian.
 

Huésped 3

Yo recuerdo aquellos días encerrados en la Casa Usher, recitando de memoria los versos de Pessoa, Kavafis y Vallejo. La luz de la ventana se dividía en infinitos haces que segmentaban nuestros cuerpos. Entonces ella decía que para excitarnos de nuevo teníamos que leer aquel relato que me habían censurado. Lo cual no era cierto (y tampoco necesario) pero lo agradezco todavía porque ahora corren tiempos adversos para el sexo o la poesía. La gente prefiere en cualquier caso volcar sus impulsos en el big data, antes que declararse por otros medios a quienes aman en secreto. Por cierto que no hace mucho la vi pasar por la calle con su belleza intacta. Tenía prisa y quizá llegara tarde a una cita o a la oficina. Pero eso no impedía que a su paso se plegara el espacio por un instante, como también se pliega el agua o el bronce, ante el Esplendor.

Amanece y se apaga el neón. En el aire frío de la mañana permanece, tiritando, el lema del establecimiento...

El mundo es un gallinero, por eso yo prefiero la Luna como hotel.

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