Opinión

Un cadáver, “al parecer” muerto

Ayer leí una noticia que pudo haberme dejado completamente helado y no son estos los mejores días para quedarse de tal y desastrosa guisa. La leí con cierto regodeo, debo confesarlo. Aunque también debería dejar constancia de que puedo equivocarme en mi juicio; sin embargo, delegaré esta última misión en ustedes los lectores que son, al fin y al cabo, los que mandan.

Afirmaba el titular que el sabor de los alimentos cambia según el estado psicológico de cada persona; acto seguido, relataba que sesudos investigadores de la Universidad de Granada y de la Pontificia Universidad Católica de Argentina, han demostrado que alimentos tales como pudieran ser el café, el chocolate, la cerveza o el zumo de pomelo tienen un sabor más agradable o más desagradable dependiendo de nuestros estados de ánimo.

Casi les estoy reproduciendo la noticia tal cual fue escrita, pero es que es difícil decir más y mejor con otras palabras. La comida sabe distinta si estamos cansados, si estamos preocupados por el peso o si tenemos hambre, situación esta última que, como es bien sabido, que hace el pan más blando eliminando toda posibilidad de dureza acumulada. A buen hambre no hay pan duro, afirma el dicho popular sin que nadie, hasta ahora, haya tenido necesidad de que venga nadie a demostrarlo. Si el hambre reblandece el pan e incluso los hace sabroso es algo más que una afirmación y podemos considerarlo axiomático, esto es, algo que no necesita demostración.

Posiblemente los estudios hayan sido más sesudos y rigurosos de cómo la noticia pudiera haberme dado a entender, pero concluir como resultado de una investigación científica que aquellas personas que se puedan denominar cafeinómanas, sometidas a un estado de ansiedad o de estrés, verán reducida su aversión a esta condición amarga del café es casi equivalente a dar a entender que lo que toman habitualmente es un aguachirle al que Beethoven nunca le hubiese dedicado una sonata; sonata que, por cierto, en su tiempo sembró un escándalo semejante al que se organizó aquí cuando el profesor Escohotado publicó su libro sobre las drogas.

La investigación fue publicada en una revista que se titula Food Quality and Preference, una vez consultados cincuenta y nueve adultos, completamente sanos, después de que hubiesen comido diferentes alimentos y libado distintas bebidas. Pero no antes de haber sido sometidos a distintos estados de ánimo, motivados a los efectos oportunos y buscados: los así de oportunamente consultados, permitieron deducir científicamente las derivas de los gustos de eminentes científicos con lo que han demostrado lo que todos ignorábamos, a saber: que una cervecita a media tarde en un día de calor sienta como todos ustedes saben y que un café, ingerido en medio de un día en el que llevas recorridos medio millar de kilómetros sabe a puro néctar de ambrosía.

Es posible que para este tipo de viajes haya muy poca necesidad de alforja mediática alguna; al menos si consideramos que el hecho de que Pero Grullo a la mano cerrada le llamase puño no necesita ser explicado por lo menudo a nadie con esos dos dedos de frente tenidos como mínimos para ser considerado normal. Es posible considerar que se ha confirmado estadísticamente que nada sabe igual, ni nadie come igual, ni duerme igual sometido a diferentes estados de animo y de forma que la comida apetezca más o menos de acuerdo con ellos; es decir, se ha hecho la estadística pero ni siquiera ha sido necesario demostrar que eso era cierto porque era algo mucho más que sabido.

Hace muchos años, por estas fechas, en Radio Orense, cuando esta tenía su sede en un edificio hoy desaparecido, es decir, demolido en su día para dejar paso a la plaza que se abre a la fachada central de la catedral orensana, se emitía un programa benéfico titulado “Ciento por uno” en el que eran frecuentes este tipo de obviedades. También lo eran en otros. Sin necesidad de recordar nombres de entrañables y añorados locutores radiofónicos ni de hacerlo con las anécdotas surgidas en “el ciento por uno” dedicado a hacer mejores las navidades contando con la generosidad de los oyentes, baste recordar aquella noticia en la que se daba cuenta de que, “una pareja de la Guardia Civil había encontrado el cadáver de un hombre con la cabeza separada del cuerpo que, al parecer, estaba muerto”. Que se sepa no fue necesario ningún aval científico que demostrase que esto era así aunque eso no eliminase la necesidad de un informe forense que cerificase la defunción al menos a efectos cívicos registrales.

Con todo y lo dicho no me creo que la preocupación por el peso corporal produzca un rechazo del chocolate a la hora de saborearlo; dicho de otro modo: que me presenten a alguien gordo –al menos gordo como yo mismo- al que el chocolate le sepa peor por muy preocupado que esté por su peso. La afirmación hecha por los científicos granadinos y creo que rioplatenses no parece ser, en consecuencia, de demasiado peso al menos como demostración de nada; si en cambio como constatación de lo sabido y ahora comprobado a base de estadísticas, excepto claro en el caso del chocolate.

En fin, que para ser vísperas pascuales ya nos va siendo más que suficiente y hasta aquí hemos llegado en este jueves penúltimo del año en el que ya podemos empezar a oír lo mucho que ya se nota cómo han crecido los días; ya saben, esa consciencia del aumento de la luz, tan dulce como el chocolate. Que tengan ustedes todos la misma nochebuena que deseo para mi, plácida y serena, tranquila y sosegada, ajena de preocupaciones y llena de bienes constatables.

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