Opinión

La guerra del gallinero

Es bueno que un gobierno cuente con un electricista entre sus miembros; incluso se diría que pudiera resultar ya que no higiénico sí saludable. Incluso aunque no le hayan prebendado (¿se podrá decir así?) ningún máster. No sería bueno que todo el gobierno estuviese compuesto por electricistas: el peligro de tanto posible enchufe podría alarmar a la concurrencia. Recuerden el número "enchufados" -que es como se decía antes- mejor dicho el número de corruptos e implicados en las tramas tendidas desde el gobierno presidido por el dueño de la sonrisa de la hiena y convendrán conmigo en que ciertos estados de unanimidad pueden resultar deletéreos en exceso. No es malo, ni está contraindicado, ser electricista de los que se encargan del tendido eléctrico y formar parte de un gobierno.. Lo que es malo es que con los años el electricista se deteriore intelectualmente y empiece a decir chorradas.

Viene esto a cuento de lo malo que se supone que debe ser el hecho de que la vicesecretaria general del PSOE afirme que no le acompleja que la llamen analfabeta o dinamitera, no siendo como no es ni una cosa ni la otra, al menos que se sepa. Quienes pretenden ridiculizarla por haber dicho que es como millones de españoles que no tienen una carrera universitaria y hayan deseado tenerla, demasiados millones de ciudadanos que cobran unos pocos cientos de euros mensuales, mientras ella percibe miles por el suyo, quienes tal pretenden, se olvidan de considerar que, de esos millones de ciudadanos así de maltratados por la política austerísima que nos flageló, sino a todos, sí a casi todos, excepción hecha de los dueños de las grandes fortunas patrioteras, ni uno solo de todos esos ciudadanos, ostenta la condición que a ella la señala y compromete: la de vicesecretaria de su partido y portavoz de su grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados que digo yo que será por algo. eso debe ser lo que la distingue y, a mi entender, dignifica. No solo a ella, sino a quien en ella ha delegado tan transcendentales compromisos cívicos.

Resulta demasiado fácil ridiculizar las carencias de una persona; además, sale gratis. En ocasiones este ambiente nuestro se parece a un gallinero. Ya saben los lectores que las gallinas, ya sea por miedo o por crueldad, quizá sean los animales más despiadados que existan. Es suficiente con que una de ellas se hiera de modo que de su cuerpo brote sangre para que el resto de sus compañeras empiecen a picotearla con saña inusitada hasta dejarla convertida en un guiñapo, en una pulpa sanguinolenta y sucia de modo que, concluida su faena, el conjunto avícola regrese a sus ocupaciones y se dedique a seguir poniendo huevos.

Es cierto que la guerra es la guerra y que en la guerra como en la guerra. ¿Pero qué guerra es la que hay en el gallinero? ¿La de ver quién pone, o tiene, más huevos? No está el gallinero patrio para tales empeños, al menos no lo está el nuestro. No es de recibo tratar a cada poco quién tiene más másteres o quién dispone de más títulos, goza de mayor ilustración académica o es de mejor familia, de familia bien, tal y como se decía a antes.

Ya se ha contado aquí la anécdota de un conselleiro de Cultura que, democráticamente y rodeado de periodistas, se puso a hacer cola para comprar unas entradas al concierto que se iba a celebrar en el auditorio de Galicia. Interrogado brevemente por un plumilla adicto acerca del motivo que lo había llevado a estar en la cola, respondió todo contento y como si no hubiese oído la pregunta que cómo se iba a privar él de disfrutar oyendo cantar a la gran diva gallega Carmiña Burana. 

Cuando, una vez cundido el pánico, empezaron a ser solicitados comentarios de la intelectualidad gallega sobre tal ignorancia, impropia de un conselleiro de Cultura, hubo quien respondió preguntando a su vez a la periodista si ella podía decirle algo acerca del “Catulli carmina”. La periodista interrogadora, ávida de ridiculizar la ignorancia del conselleiro, no tenía ni pajolera idea de la existencia de esta otra obra que, junto con la tercera del tríptico, con Trionfi, engrandecen la obra de Carl Orff. Pero preguntar, preguntaba, incluso con un deje de perversidad contenida y estando segura de la respuesta que no recibió.

Va siendo ya mucha hora de que abandonemos viejos vicios; entre ellos, este de juzgar a las personas por sus carencias y hacerlo, de una bendita vez, por aquello que las distingue positivamente. Seguimos ridiculizando a aquellos que se yerguen sobre su propia condición, aquellos que con su esfuerzo o con su inteligencia se elevan sobre ella y osan destacar en un mundo que se diría condenado a permanecer en plena sociedad estamental: el que nace noble y rico, noble y rico muere; el que nace pobre y estulto, estulto y pobre ha de morir. 

Seguimos pensando así cuando hace siglos, sí, siglos, que la sociedad estamental, en la que nadie podía abandonar su condición, dio paso a la sociedad de clases en la que cualquiera puede llegar a ser un buen presidente de los EEUU habiendo sido solo un mal actor o a ser gobernador de California habiendo nacido en otro continente. Aquí, no poca de nuestra población, sigue ofreciéndose como nacida de la bota de Felipe II. Y el Rey Prudente tuvo que declarar en cuatro ocasiones la bancarrota total del Estado. Juzguemos por los hechos, no por los títulos, no por las palabras. Ya va siendo hora de que así lo hagamos.

Te puede interesar