Opinión

Y qué diría Montaigne

Platón prohibía que los niños bebiesen antes de los dieciocho años y que se embriagasen antes de los cuarenta. A partir de esa edad incluso consideraba conveniente que lo hiciesen de vez en cuando. Así nos lo recuerda Montaigne en sus "Ensayos", sin hacer la más mínima alusión a lo que él entiende por niños. Dicho de otro modo; qué deberemos entender nosotros como medida de esa frontera de los cuarenta años que la sabiduría popular, algo deteriorada a estas alturas, suele fijar como límite al aconsejarnos que nos dejemos de garambainas y que, de los cuarenta para arriba, no nos mojemos la barriga.

El consejo es tan así de escueto y firme que podemos dar por hecho que tampoco debamos hacerlo ni mojándonos primero y exteriormente los pies, es decir, de abajo a arriba; ni bien al contrario, o sea, de arriba a abajo, mojándonos antes los labios de modo que la mojadura transcurra en ese sentido e interiormente hasta alcanzar el estómago y por consiguiente la bendita frontera ventral en la que tantas de nuestras mejores sensaciones se acumulan.

En esta semana, o en la anterior, se entretuvieron mis compañeros en el lejano bachillerato que cursamos en el Instituto de O Posío, conversando acerca de las virtudes que acompañan al vino que elabora uno de ellos; un vino que cumple con tantos requisitos como para que el infraescrito (déjenme que lo diga así) esté de nuevo este año en condiciones de subirse a los cerezos cuando, dentro de nada, estos nos ofrezcan sus frutos y él se empoleire allá en sus mayores alturas porque, en ellas, residen los racimos que aman los mirlos y las oropéndolas; tan llenos de la luz se ofrecen, tan dulces. No sé que diría Montaigne a todo esto.

Victorino, que así se llama el trepador, debe su fortaleza al Sollío que elabora, sea este mencía o sea godello, aunque este segundo lleve un toque de treixadura que lo deja afrutado y dulce y energetizante de un modo que tan solo es posible si la uva procede de A Teixeira, según me cuentan y con independencia de que esté o no esté de acuerdo en esto otro de los locos del WhatsApp, Pepe para los amigos, más dado al mencía que a otros caldos de la tierra.

A estas edades estas cuestiones adquieren gran importancia; por ejemplo, LCJB opta sin dudarlo por las cosechas que se dan en Armariz, mezcla de brencellao, alicante, loureiro tinta, sousón, casíño tinta y no sé si alguna variedad más que solo su santa esposa se atreve a degustar. Él no, claro.

Los locos del WhatsApp, que acabará por devorarlos como Saturno hizo con sus propios hijos, es decir, los más estos amigos a los que me vengo refiriendo, llevan una semana hablando de estas cosas mientras yo los cotilleo en la pequeña pantalla de mi teléfono móvil y me divierto incluso más que ellos. Pero temiéndome que acabe mal la cosa pues siempre hay alguna gente que tiene mal vino, es decir, un mal beber desacompasado con los de sus iguales. En Valdeasno, en cambio y según me cuentan, hacen un vino que tiene tres grados menos de alcohol que el agua y que, debido precisamente a sus virtudes diuréticas, me ofrezco públicamente a catar en la primera ocasión en la que me sea propuesto sin necesidad alguna de que la orden proceda de un coronel pues para eso están los amigos y vino de tan alta/baja graduación no da para discutir ni siquiera el penalti que no le pitaron a Marcelo.

En fin, ya ven lo que el buen dios Dionisos, a través del negociado de su incumbencia, devuelve a los sufridos alumnos de don Alfonso Vázquez (EPD) en forma de sana alegría y recuperada juventud, si bien sea de forma efímera (que pregunten al Victorino que este año igual no trepa a por cerezas) para que de tal modo pueda aplacar, suavizar e incluso ablandar las pasiones del ánimo de sus compañeros, tan endurecidas a estas alturas de la vida, haciéndolo, según afirma Montaigne, del mismo modo como el que el hierro se reblandece con el fuego.

Lo único que no me casa es que siendo uno de nosotros coronel y pese a que su vino sea de baja graduación, no malo, conste, sino del que no se sube a la cabeza, no solo nos proponga la ingesta sino que no nos recuerde que los cartagineses (y lo digo por si entre nosotros hay gentes capaces de suscitar odios de ese origen) imponían ciertas restricciones como la de que se evitase beber vino durante las campañas militares; otra más, como la de pedir que magistrados y jueces no lo ingieran durante el ejercicio de sus funciones y que no se le dedique la más mínima atención en horario laboral alguno, ni en ninguna noche dedicada a concebir hijos. Podemos inferir de todo ello que el vino sea cosa de viejos, que los rapaces sigan bebiendo bebidas carbónicas edulcoradas y comiendo hamburguesas, en espera de alcanzar la edad tardía en la que se les consienta todo, prescripción médica mediante, en sentido contrario, de modo que si la disposición de sus entonces ya encontrados ánimos no tira de ellos en sentido contrario al del buen gusto y la exquisita educación de la que los viejos solemos hacer gala, todo ello, les lleva a disculparnos o, lo que sería mejor aun, a comprendernos en nuestras terquedades y porfías. Termino con un pequeño homenaje a la profesora Teresa Ferro, ahí va: Si munitaei adhibet uim sapientiae, una sentencia que traigo a colación por si fuera cierto la amena y vieja cuestión de si el alma del sabio puede llegar a rendirse a la fuerza del vino y dado que ustedes no bebieron, al menos a hora tan temprana, consideran que sí, que el vino, el mal vino, puede violentar una sabiduría bien armada como el chat en que mis viejos condiscípulos y yo tantos nos hemos solazado hasta la fecha. A ellos va dedicada esta homilia. Discúlpenmela.

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