Opinión

Inocentada

Imaginemos por un momento que el espacio ferroviario se liberalizara, y que en nuestro país, junto a la compañía monopolizadora hasta hoy, comenzasen a cohabitar otras. Imaginemos que, para lograr clientes, como es lógico, esas otras compañías empezasen a bajar los precios. Tantísimo, que pudiésemos leer en sus eslóganes que por un euro más tasas nos podían trasladar desde cualquier lugar de la península hasta el otro extremo.


Como nadie, y menos aun con los euros, da duros a cuatro pesetas, imaginemos también en qué condiciones comenzarían a operar estas compañías de la competencia. Por ejemplo, sacando los trenes de las estaciones, y portando a los pasajeros en autobuses hasta los apeaderos donde estacionaban los convoyes. A medida que lanzaban agresivas campañas publicitarias, las compañías competidoras comenzarían a tomar confianza. Probando a no dar ni un periódico a los pasajeros, a ver qué pasaba. Probando a no dar ni un vaso de agua a los pasajeros, a ver quién rechistaba. Empezando a vender más plazas que asientos en los trayectos de menos de dos horas, contemplando la posibilidad de que algunos de los viajeros viajasen de pie, tal que en el metro, tal que en los cercanías. Y a ver si colaba con las leyes.


Podemos seguir imaginando, e imagina que te imagina concluir que a los seres humanos les va la marcha, dado que el nuevo tipo de transporte fue un éxito. Que a pocos importaba que les condujesen como el ganado. Que incluso en las fechas más señaladas del año, también por Navidad, mucha gente optaba por este medio. Hasta que algunos, claro, no pudieron viajar en la hora ni el día convenidos, llegaron a montar huelgas de hambre en las estaciones, y los Telediarios abrieron con ellos durante una semana. Podría ser una inocentada. Podría.



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