Opinión

Paradoja

La paradoja está servida. Y algunos se lo preguntan incluso en voz alta. Si la televisión pública ya no tiene que captar anunciantes, a qué viene esa obsesión por las audiencias.


Y sí se puede hablar de obsesión cuando no hay día en que no nos recuerden lo bien que le van las cosas. Si las televisiones privadas tienen que financiar, en cierta medida, a la televisión pública, puede resultar paradójico que sea ésta la que fanfarronee con sus datos de liderazgo, justo en unos momentos en los que sería necesario que los anunciantes confiasen en que su inversión en las cadenas privadas va a ser eficaz.


Dicho esto, hay que tratar de ponerse en el lugar del otro y comprender todas las posiciones. Hay quienes sostienen que a la televisión pública no le queda otra que dedicarse a dar calidad y a dejar de pensar en las audiencias. Pero, claro, todo esto es muy subjetivo. A estas alturas de la película, a qué llamamos televisión de servicio público. A estas alturas de la historia, cuando la pública cumple su año 54 y las privadas más veteranas el vigésimo, y las autonómicas más antiguas, otros veinte, a qué llamamos servicio público.


Y todo ello teniendo en cuenta que no corren tiempos para las alegrías, que debe primar la austeridad, esto es, el máximo rendimiento con la mínima inversión. A quienes se quejan de que la televisión pública debería dedicarse a lo suyo, esto es, la de limitarse al dichoso servicio público, no está de más recordarles cómo La 2, con y sin publicidad, continúa siendo la cadena menos vista. Si lo que desean es que La 1 también pierda su fuerza, mejor que lo digan claramente. Y se dejen de paradojas.



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