Opinión

El nieto del novio de Pobre Asunción

Querida Maribel -Maribel Outeiriño, claro- con gusto, pero con sorpresa, leí el otro día en nuestra La Región un artículo tuyo encabezando, una vez más, una lucha contra la amnesia histórica, endémica entre nosotros y no sólo respecto de la Guerrra Civil.


Tú te has distinguido, a lo largo de estos años, por cotidianos recordatorios en esa página ya indispensable de nuestro periódico, próximo a cumplir un siglo.


Estoy cometiendo, impensadamente, un crimen de leso periodismo, pues debería haber destacado en el primer párrafo el tema de aquel artículo tuyo: la pobre Asunción del Viernes Santo del 91, convertida ahora en bandera contra la erróneamente llamada violencia de género, o sea, violencia de pareja.


No sé si Asunción fue víctima de la devicia habitual que caracteriza la violencia al convivir, o sólo de un crimen pasional, la detonación de los celos irreprimibles de un novio despechado ante los favores concedidos a un señorito pisaverde.


En cualquier caso, el homicidio se perpetró durante el Desenclavo del Viernes Santo del 91, en nuestra incomparable Plaza Mayor, creo que bajo el soportal al que hoy se abre la sala de exposiciones de Caixanova.


Tus datos eran, en general, correctos, pero afirmabas que ningún nieto del autor del epitafio, Juan Xesta, había querido dar su versión. Esto fue en 1997, y no sé si mis primos prefirieron callar entonces. De lo que sí estoy seguro es de que no te pusiste en contacto conmigo, residente en A Coruña pero con retornos frecuentes a mi tierra.


Aparte de que en esas postrimerías del siglo pasado, Graham Bell ya hacía una centuria que había inventado el teléfono. Sin contar una cosa llamada ‘mail’ a secas, quiero decir, correo.


Si hubieras acudido a mí, te habría dicho que, en efecto, mi abuelo, bibliotecario provincial y director del Archivo, así como pintor y director-propietario de la academia Xesta, fue el autor del afortunado epitafio, y también diseñó el monumento funerario, cuyo ciprés, por cierto, ya no acongoja el cielo con su lanza, porque lo han talado. Buen momento éste para plantar otro.


Juan Xesta había sido novio, o como se llamase en aquella sociedad hipócrita, de la bella Asunción, pero parece que en el momento del crimen ya no lo eran, sino un señorito auténtico, pues mi abuelo, hecho a pulso desde abajo, estaba muy lejos de serlo.


A mayores, y permíteme esta pequeña vanidad, el primer relato de mi libro ‘Só os mortos soterran seus mortos’ se titula, precisamente, ‘Pobre Asunción’.


Te lo envío y te doy plena libertad para hablar de ese cuento como testimonio literario de que la pobre Asunción decidió un día, ya más allá del tiempo, volver para vengar su muerte a tiros.


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