Opinión

El peor día de Rita Barberá

P ara Rita Barberá el martes 13 ha sido un mal día, un pésimo día en el que le llegó la noticia de que el Supremo  le abría causa por un posible delito de blanqueo. Hasta ese momento la ex alcaldesa de Valencia tenía la esperanza de que  se archivase la investigación sobre ella y que no hubiera lugar que llegara al Supremo, por ser aforada. Sin embargo no ha sido así y su futuro queda en manos de Cándido Conde Pumpido, ex fiscal general del Estado con Rodríguez Zapatero. Conde Pumpido seguro que es un profesional que actúa con  la obligada independencia,  pero está tan asentada la idea de la politización de la justicia española que el hecho de que sea él quien dirija el procedimiento hará correr ríos de tinta  y abrirá las puertas de la sospecha.

A Barberá se la acusa de blanqueo de dinero. Concretamente, de donar mil euros para la campaña electoral del PP que, supuestamente, le devolvieron posteriormente con dos billetes de 500, lo que niega rotundamente la ex alcaldesa y hoy senadora.  Todos los focos están puestos en el PP valenciano donde par desgracia de ese partido y de sus dirigentes se han cometido delitos inconmensurables en los que el cohecho, comisiones, concursos amañados y operaciones fraudulentas han estado a la orden del día,  pero de lo que se acusa a Barberá es de blanquear 1000 euros y de haber realizado gastos exagerados cuando  era alcaldesa. Blanqueo de dinero que sumaría unos 50 mil euros en total, pues son unas 50 personas del PP las que supuestamente habían contribuido con esa cantidad a financiar la campaña de su partido.

A Barberá se la está tratando como la delincuente más grande que en España ha habido, como si no existiesen casos de corrupción  por valor de millones y millones de euros, en algunos casos además millones de euros de fondos públicos, lo que es aún más grave. Pero dicho esto, Rita debería dimitir de su cargo de senadora una vez abierto el procedimiento en el Senado. Por su propio bien,  para dejar de una vez el ojo del huracán, y también por el bien de su partido y de su presidente.  Se resiste porque defiende su inocencia y además porque, al contrario que otros dirigentes políticos  que han dimitido, no tiene las espaldas cubiertas económicamente. Vive del sueldo de senadora  y no tiene patrimonio que le permita alegrías. Pero en política se funciona, o se debería funcionar,  con un rigor que no se exige en otras actividades profesionales.  Con su dimisión,  al menos, dejaría de sufrir el escarnio actual;  y su partido, al que ha dedicado su vida, dejaría de sentir la losa de los medios de comunicación que  tienen ganas a Rajoy y de un Ciudadanos que no ha tardado ni media hora en exigir la renuncia de Barberá si el PP pretende mantener el acuerdo de investidura.  

Con la dimisión, Barberá tiene salida. No sería la primera personalidad política que sale absuelta de acusaciones injustas, si efectivamente se la está acusando injustamente. 

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