Opinión

En defensa de la política y de los políticos

No se trata de llevar la contraria a la tendencia general de poner a caer de un burro a los políticos, aunque soy bien consciente de que en estos momentos es un ejercicio que puede resultar poco simpático, pero no me importa.

Cada cual es hijo de sus circunstancias y las mías están jalonadas de políticos asesinados en las calles del País Vasco. Son demasiados los políticos a los que he visto destripados en una acera o entre los despojos de su coche. Quizás por ello vivo impregnada de un respeto especial a todos aquellos que se dedican a la vida pública. Sin distinción de siglas, todos ellos, los que están y los que aspiran a estar, sean de derechas o de izquierdas, son merecedores de un respeto y consideración que de ninguna de las maneras debe impedir la crítica y la discrepancia.

Es verdad que hay motivos para el desencanto, la desconfianza, el enfado y la indignación. Nuestros representantes públicos no siempre están a la altura de las circunstancias, ni sus actitudes son todo lo ejemplares que debería ser. Están muy lejos, es verdad, de ser considerados referentes sociales. De ahí la necesidad y la obligación ciudadana de exigir comportamientos éticos, gestiones eficaces, políticas justas y solidarias, verdades y no mentiras.

Sin embargo la indignación acumulada, el enfado, el desencanto, se van por la alcantarilla cuando todos estos sentimientos se desbordan sin límites, se lanzan acusaciones generalizadas y nunca hay enmiendas parciales. No, son enmiendas a la totalidad que se lanzan siempre desde los extremos con descalificaciones y griteríos que convierten el debate en puro espectáculo. Unas veces el espectáculo está en las redes, como estamos viendo ya desde hace tiempo, y otras, y así hay que reconocerlo, en los platós de televisión, y nosotros, los periodistas, no somos personajes completamente ajenos al actual ambiente que se vive en España.

Aunque no lo parezca, estamos en plena campaña electoral. El asesinato de Isabel Carrasco ha sido una auténtica sacudida y las bárbaras y despreciables reacciones que se han visto en Twitter han reabierto un debate cuya solución no está en aprobar más leyes, sino en más educación cívica, de manera que aquellos que se saltan los límites admisibles se sientan solos y abandonados.

Políticos de derechas e izquierdas han sido vilipendiados y amenazados en esta feria de las vanidades en la que se esta convirtiendo una herramienta que, en sí misma, es una herramienta prodigiosa que, dicho sea de paso, sirve para enterarnos de lo urgente que no de lo importante.

Son momentos en los que no estaría nada mal hacer un ejercicio de prudencia. Si alguien tiene una alternativa a la política y a los políticos bien haría en ponerla encima de la mesa. La única que se me ocurre es la selva y no la quiero.

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