Opinión

ESCUCHAR

Veo los tejados de Barcelona desde la ventana de mi habitación. Al frente, los nobles edificios modernistas de la Rambla de Cataluña. Más allá, la Sagrada Familia. A la derecha, la torre Agbar. Al fondo, las humildes laderas del Carmel. Abro la ventana e intentó escuchar la ciudad. Seguro que tiene algo que contarme, pero sólo soy capaz de oír el lejano murmullo de las conversaciones en la calle y el sonsonete del tráfico que acelera y se detiene por escasos segundos. No es fácil escuchar. Y es difícil encontrar maestros que nos enseñen a hacerlo.


Hace una semana, el periodista Fernando Argenta, dentro de las actividades programadas por el -cada año mejor- Pórtico del Paraíso, nos regaló una conferencia sobre la música y los silencios. Con la gran capacidad que le caracteriza para transmitir su pasión por los clásicos, leyó con brillantez ante nuestros expectantes oídos, algunos movimientos de Mozart y Beethoven. Nos enseñó en directo a escuchar las emociones que laten en las notas musicales. Y el valor de las pausas para preparar los sentidos del público ante lo que está por llegar. Con esa sencilla idea, convirtió los silencios de la 'Patética' de Tchaikovsky en la parte más importante de su obra póstuma. Juro que llegué a escucharlos, aunque ahora en Barcelona no me resulte posible repetir la experiencia, en la soledad de mi habitación de hotel.


Nadie en España hizo tanto por la música como el añorado 'Clásicos populares' de RNE y Fernando Argenta. Lástima que la escuela española haya olvidado durante décadas, y siga olvidando hoy en día, la enseñanza de la música, la fotografía, la poesía, el cine o la misma televisión. Para la formación de la sensibilidad, la curiosidad y la comprensión crítica de los niños. Trascendiendo la absurda memorización de nombres y fechas.


El silencio también debe ser escuchado. Vivimos rodeados de ruido y contaminación acústica, de charlatanes, de gente que habla por hablar. Por boca de ganso. Y que escribe sólo para llenar páginas o pantallas. O metros de decorativas librerías. Sin más. Nunca se ha escrito y hablado tanto para comprender tan poco.


Escuchamos al otro como una forma de esperar turno para colocar nuestro discurso, para certificar que nosotros más y mejor, para convencer al otro de nuestras tesis. Para conquistar en vez de aportar o compartir. O sea no escuchamos. Hacemos lo contrario a la armonía de la 'Patética', donde el fagot da paso al silencio que hará más comprensible el violín que vendrá. Dice el filósofo ministro Ángel Gabilondo que no es lo mismo callar que silenciar. Silenciar es mucho más, es escuchar de otra manera.


Oscurece en Barcelona. Hace frío y he cerrado la ventana. Me viene a la memoria un verso de Quevedo: 'Vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos'. Y enseguida pienso en una frase que le escuché a Chesi el otro día: 'Un solo verso es suficiente'.


Escuchar y leer requieren de nosotros una actitud parecida. La poesía y la música sirven para tomar conciencia de los sentimientos que escapan a la verborrea, para acercarnos a lo inexplicable. Por ejemplo a la inmensidad de la vida que bulle bajo los tejados de una gran ciudad.


También la poesía escucha el silencio. Pronto llegará a Ourense, de la mano de Linteo, 'Arte Menor' con 45 poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez. Todo un lujo, como el de Argenta. Nunca es tarde para aprender a escuchar y nunca se sabe lo suficiente. Por eso no conviene desaprovechar a los maestros que nos visitan. Anatole France, mostrando la radicalidad de su pensamiento libre, decía: 'Vivimos en la oscuridad, pero mientras el sabio tropieza con una pared, el ignorante permanece quieto en el centro de la habitación'. Ya es de noche aquí. En Galicia quedarán algunas horas de luz, seguramente. Si casualmente están solos cuando lean estas líneas, deténgase a escuchar por un momento. Oirán el silencio. Merece la pena.

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