Opinión

Cuestión de marcas

Según les haya ido a los partidos en las elecciones andaluzas, este primer test electoral del año es extrapolable o no a lo que puede ocurrir de ahor en adelante. E incluso entre los partidos que han ganado las elecciones esos comicios van a servir de base para poner a punto distintas estrategias electorales sobre la base de conceptos de marketing político, sobre si la marca vende o no por encima de cuestiones más solidas como los valores que proyecta y la forma de aplicarlos.
De la cuantiosa pérdida de votos y escaños el PP ha sacado como conclusión que tiene que cambiar, o rehacer el mensaje político, centrado única y exclusivamente en la recuperación económica, sin atisbo de autocrítica por las consecuencias evidentes de las medidas aplicadas, sin que el anuncio de la creación de tres millones de puestos de trabajo llegue a calar entre una ciudadanía vacunada contra esas promesas sobre el crecimiento del mercado laboral.
Los populares parten con la ventaja de atesorar más poder territorial y municipal que nunca y por el hecho de que en las próximas elecciones tienen mayor gancho las políticas de proximidad realizadas por alcaldes y presidentes autonómicos. En esta tesitura los estrategas del PP deben dilucidar si la marca y la gestión nacional suma o resta para su intereses electorales. En el caso andaluz, el desembarco continuo de Mariano Rajoy y de sus ministros, desafíos de la vicepresidenta incluidos, no puede decirse que haya tenido efectos positivos o que haya paliado otros errores estratégicos previos sobre tiempos y personas. Pero el PP tiene un suelo muy amplio como para desperdiciarlo y rechazar la marca.
Susana Díaz realizó una campaña personalista, por encima de las siglas y no le ha ido tan mal pese a la pérdida de votos, pero esa estrategia no es extrapolable al resto de comunidades autónomas en las que parte desde la segunda posición, y porque el cambio de liderazgo en Ferraz, pendiente de su consolidación, pasa por recuperar la marca con caras nuevas y discurso novedoso. Pese a sus errores de primera hora, que todavía se le recuerdan, Pedro Sánchez resulta ser un activo para las campañas electorales de los candidatos autonómicos, y trabajando para ellos trabaja para sí mismo, porque de los resultados de mayo depende su futuro y, de como reaccione el partido, la ciudadanía sacará conclusiones sobre si el PSOE ha ganado o ha perdido un año desde la dimisión de Rubalcaba tras las elecciones europeas y si han logrado recuperar una imagen de marca capaz de generar confianza después de perderla casi toda tras el giro de mayo de 2010.
Y frente a proyectos sólidos como Izquierda Unida y UPyD, que han visto arruinado el trabajo de años pese a contar con líderes reconocibles, se alzan ahora la marcas nuevas de Podemos y Ciudadanos en las que el nombre pesa más que los candidatos, la mayor parte absolutamente desconocidos, que han arrasado en el espacio político en el que han irrumpido, izquierda y derecha, -“no son socialdemócratas” y la “derecha civilizada” en definición de Pedro Sánchez- y que podrán aprovechar sus ambigüedades y gozarán de cierta complacencia ciudadana, dado que han logrado sacar de la abstención a miles de votantes, hasta que tengan que mancharse con el polvo del camino y contribuir a la estabilidad de gobiernos y alcaldías.

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