Opinión

La polémica de todos los años del Día del Apóstol y de Galicia

Parece que, como parte de la tradición misma, cada 25 de julio (¿por cierto, por qué se eligió este Día como Nacional de Galicia, tendrá algo que ver con Santiago y su valor simbólico para este país?), no falta la polémica. A unos les molesta que el grupo “Águila” sobrevuele una parte del territorio nacional y deje la estela de la bandera de España sobre la plaza del Obradoiro y otros estiman que la Ofrenda Nacional es un evento impropio de un estado laico, de suerte que hace bien la actual alcaldesa de Santiago, Goretti Sanmartín (nombre de una santa virtuosa), por no acudir como tal a los actos religiosos, si bien mantiene el calendario de la celebración civil. Ello ha dado lugar a diversas críticas por un lado y parabienes por otro, destacando entre las primeras las del propio PSdeG-PSOE, a su vez criticado por hacerlo.

La cultura como proceso histórico-social hunde sus raíces en los orígenes y en el imaginario popular y cada expresión forma parte consustancial de ella, siendo así la mitología y las tradiciones son elementos fundamentales en la configuración de la identidad de un pueblo, es la costumbre elaborada por las capas populares. El mito o la creación literaria son elementos que ayudan a configurar el concepto romántico de nación. Con frecuencia la conciencia nacional está vinculada a la literatura. Finlandia se la debe a las baladas heroicas de sus héroes mitológicos. Flandes celebra su día nacional en el aniversario de una batalla de 1302, recupera y exaltada en una novela (“El León de Flandes”, 1838). ¿Y qué decir de los británicos, de las leyendas artúricas, de Scott, cuyas novelas propugnan la unificación nacional, como “Ivanhoe” (1819)? ¿Valen esos mitos y no nuestro Santiago? ¿Vale, crees que Mahoma –como millones creen- subió al cielo en un caballo blanco, pero negamos al tiempo que también era blanco el caballo (mitológico) de Santiago?

El Reino de España está plagado de tradiciones multiseculares en las que las autoridades civiles ejercen de anfitriones, protagonistas o invitados relevantes en eventos de carácter religioso, tan arraigados en la tradición histórica que, al margen de las convicciones personales de cada uno, el representante público ha de afrontar el papel que le deparan precisamente por serlo. Es forzoso citar en este caso al profesor Sartori a propósito del hecho de que determinadas tradiciones religiosas populares devienen en tradiciones socioculturales y que los políticos deben ser sensibles, debido al respeto que merece la variedad sociológica de la sociedad por respetarlas al margen de sus propias creencias. Eso viene a cuento porque el prestigioso catedrático sostiene que aparte de la representación ideológica (de quienes piensan como él) y de la legal, derivada de su cargo, la representación sociológica debe ser asumida desde una perspectiva de conjunto, y no sólo en función de su propia ideología. Cierto que España es un país aconfesional, pero también es cierto que tales tradiciones siguen teniendo un enorme en la sociedad. 

Nicasio Salvador Migue concluye:  “Si convenimos en entender por mito un falso relato que atañe en especial a un asunto religioso; por historia, la narración veraz o pretendidamente veraz de acontecimientos pasados o presentes, y por literatura, la expresión y recreación artística mediante la palabra de un mundo imaginado, por mucha inspiración realista que conlleve, pocos sucesos de la época medieval ofrecen una imbricación tan nítida entre las tres categorías como el caso de Santiago el Mayor. Especialmente en la época de las grandes calamidades, pueblos, villas y aldeas se pusieron bajo la protección de un santo o una advocación. Esas tradiciones han llegado a nuestros días”. 

Te puede interesar