Opinión

El coche, enemigo nº1

El Viejo Milenario comparte con el historiador Ben Wilson la crítica al urbanismo moderno que tiene al coche como elemento esencial, lo que conlleva el asentamiento de una baja densidad poblacional en grandes espacios de terreno. El anciano recuerda su error, como responsable institucional, de promover y apoyar en el PXOU del municipio donde reside el modelo de viviendas individuales, en la creencia de que la horizontalidad comportaba mejor calidad de vida que la verticalidad. Los costos en saneamiento, en abastecimiento, en calefacción, en energía de desplazamientos por uso del vehículo particular, los tiempos invertidos en traslados desde el hogar al lugar de trabajo; son lujos que el mundo ya no puede asumir. El coche se ha convertido en el gran enemigo de lo urbano y por consiguiente de la humanidad; moverse por ciudades de urbanización dispersa requiere muchos trayectos en coche con el resultado de más tráfico y contaminación. Las medidas urgentes que se han de tomar para impedir el ocaso de la civilización son sobre todo: Controlar la expansión urbana de baja población, prohibir núcleos urbanos centrados en el automóvil y los estilos de vida cotidiana que llevan aparejados.

Los vicios urbanísticos derivados del uso del coche fueron el resultado de la oferta de un combustible barato al alcance de cualquier usuario. Pero el aumento irrefrenable de los costos de la energía y el cambio climático hacen inviable el uso del coche. Las crisis cíclicas del precio del petróleo y la guerra de Ucrania obligan a los Estados a enfrentarse a una realidad traumática: La sustitución de los suburbios, símbolo del capitalismo salvaje, por un nuevo modelo de ciudad en el que reduzcan los espacios urbanos favoreciendo el uso de transporte no contaminante y sin costos energéticos. Los modelos de nuevas ciudades han de ser planificados en función de la economía social que suponga el fin de la prevalencia del mercado consumista donde la licitud la impone la oferta y la demanda sin otros límites que la permeabilidad de grandes movimientos migratorios. Todo lo que el mercado se puede comprar o vender vale para una sociedad decadente dirigida y amparada por políticos irresponsables; que no valoran si no el resultado de las urnas.

¿Es justificable la construcción de más carreteras, autovías, autopistas …, ocupando miles de km2 con el consiguiente despilfarro de cemento, agua, productos bituminosos, metales….? ¿Pueden soportar los asentamientos humanos las destructivas tormentas que se abaten sobre ellas incapaces de absorber el exceso de agua por impedirlo el cemento de sus calles y las limitaciones de las redes de saneamiento? Hay ciudades que absorben el agua de grandes tempestades usando jardines en azoteas, pavimentos porosos, drenajes sostenibles y jardines infiltrantes que actúan como esponjas, hay por lo tanto soluciones, el problema es que no existe voluntad política para su ejecución.

Ben Wilson cree que el peligro real del crecimiento urbano no es la reconfiguración de nuestro puntual entorno inmediato sino la construcción de cientos de miles de viviendas edificadas para satisfacer la demanda de un mercado que no puede frenar la fabricación de vehículos vinculados a la vivienda unifamiliar. Millones de trabajadores dependen del mundo del automóvil, empleos directos de las grandes marcas, de las empresas auxiliares, de talleres de reparaciones, de concesionarios… ¿Puede ofrecerse una alternativa viable al mundo económico que representa el automóvil? Hay que redefinir el mundo del trabajo, su relación con el ocio, el bienestar, la salud, la educación y los servicios básicos.

No olvidemos que Uruk, primera ciudad del mundo, aglutinó a los primeros empresarios, comerciantes, labradores, soldados, artistas, metalúrgicos…en una ciudad planificada para centralizar el desarrollo de la economía de sus habitantes.

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