Opinión

Esperanzador

Los ciudadanos siempre esperan de la clase política la respuesta adecuada a sus demandas mas acuciantes: trabajo, cesta de la compra, vivienda, mejora de servicios, seguridad ciudadana... y un ilimitado abanico de reivindicaciones. El parlamento es el lugar donde el legislador dota de instrumentos al poder ejecutivo para que tenga la cobertura de la soberanía popular y pueda llevar adelante las políticas adecuadas a las necesidades estructurales o coyunturales de la población. Los debates deben expresar la diversidad de criterios que enriquecen, por su aportación, las posibles soluciones a los distintos problemas y deben impulsar medidas que proyecten hacía el futuro el progreso y la calidad de vida de todos los territorios del país y de sus habitantes. Nunca la confrontación territorial ni la descalificación irracional han ayudado al desarrollo de un pueblo, han sido siempre la negociación, el consenso y el debate ideológico los procedimientos que en los países con mayor tradición democrática han resuelto los problemas y referenciado el camino a seguir.


En la anterior legislatura, el partido más importante de la oposición no había asimilado el rol que los ciudadanos le habían otorgado, lo que le llevó a desarrollar una oposición frontal sin alternativas, crispando la relaciones institucionales y enturbiando el ambiente social entre territorios y ciudadanos.


El comienzo de la actual legislatura parece pronosticar un mejor entendimiento de las distintas fuerzas políticas, al menos en las formas, y pese a no haberse alcanzado la mayoría necesaria para la investidura del presidente del Gobierno, los gestos y las palabras han sido utilizadas con mayor mesura. Zapatero ha estado magnífico, con la serenidad que le da ser conocedor de la situación del país, y la madurez del ya hombre de Estado; sin duda ha proyectado la imagen de líder que asume el liderazgo sin arrogancia ni demagogia.


La dura lucha por el liderazgo en el PP probablemente enturbie el proceso de modernización de la derecha española.


Por otro lado, la reflexión de sectores amplios de la derecha española ha hecho recapacitar al líder conservador, que ha adoptado unas formas parlamentarias más acordes con el papel que le corresponde en un parlamento moderno y en un país democráticamente maduro. Su segunda intervención ha sido manifiestamente mejor que la primera y ha marcado una inflexión en la estrategia parlamentaria de su grupo. Ello va a agudizar, en principio, la crisis en la derecha española entre los sectores más recalcitrantes, partidarios de continuar con una oposición dura, y de aquellos otros que creen que hay que adaptarse al papel de una oposición responsable y leal. Para ello, Rajoy, conocedor de su extrema debilidad, ha optado por rodearse de aquellos con menos condicionantes externos y más leales a su proyecto, iniciando una renovación de formas, de personas y de discurso, aunque esto le distancie de los medios de comunicación que han dirigido la hoja de ruta de la derecha española en los últimos años. La lucha por el liderazgo será dura y larga, y probablemente enturbie el proceso de modernización de la derecha española. Para algunos conservadores, lo esperanzador será Esperanza Aguirre, para otros, la renovación marianista. Pero para la mayoría de los españoles, lo sustancial es el consenso entre los dos principales partidos en los temas de Estado: lucha antiterrorista, modelo territorial, soluciones a la crisis económica y renovación de los órganos judiciales.


De todas maneras, siempre es esperanzador que el presidente del Gobierno de España cuente con la mayoría suficiente que le permita gobernar sin hipotecas ni sobresaltos, manteniendo la mano tendida hacía las minorías y hacía el partido mayoritario de la oposición. Como decía John Milton, ¡adiós esperanza!, y con la esperanza, ¡adiós miedo!

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