Opinión

Inconsciente social

En épocas de abundancia y bienestar, las sociedades no actúan negativamente, ni se preocupan de ejercer un control sobre sus derechos, confían en los administradores de la vida pública y se limitan a ejercer periódicamente sus obligaciones electorales sin otro condicionante que apostar por la continuidad del sistema. La disciplina social controla el funcionamiento de la economía, sin cuestionarse sus resultados, una vez que el individuo cree formar parte del sistema. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber, de tal forma que existe una gran permisividad con los errores y laxitudes de la clase dirigente. A Juan Carlos I nunca se le cuestionaron sus posibles escarceos, cacerías, exabruptos y operaciones financieras, su imagen era la de un monarca simpático, sencillo, eficaz y próximo. De tal forma que la Casa Real contaba con un amplío apoyo de los ciudadanos, hasta que todo cambió.

En esa sociedad del rendimiento el “poder” se traduce por posibilidad, “por ser capaz”; es lo que en EEUU se llama “sueño americano”; cualquiera, independientemente de su extracción social, puede alcanzar el éxito. El conjunto de actuaciones del auténtico poder fomenta en el individuo la conciencia de su subordinación al interés colectivo, aunque éste responda en exclusividad a la clase dirigente.

Pero, ¿qué sucede cuando se está inmerso en una crisis estructural, que amenaza las más elementales necesidades de los ciudadanos? La negatividad fuerza al individuo a reencontrarse consigo mismo, con sus derechos, empatizando con aquellos que conviven en situaciones semejantes. Recupera la consciencia social y busca la solución a sus problemas exigiendo la pureza del sistema democrático. El poder es cuestionado por su ineficacia en la resolución de los problemas, y lo que antes se toleraba ahora se denuncia y se repudia sin contemplaciones. Se ensalza la emancipación y se rechazan las estructuras políticas y sociales como responsables del deterioro de la calidad de vida.

El paso de la inconsciencia social a la consciencia se ha llamado en otros tiempos revolución; hoy se denomina movilizaciones y se materializa en el voto de castigo o en la elección racional de la opción elegida. El concepto “libertad” se magnifica y se sublima a tales niveles que se identifica con la razón de la existencia, incorporándolo a las necesidades vitales del ser humano. En este marco de identidades los oportunistas tienen abonadas las consciencias para revindicar derechos tribalistas, aparentemente superados por la historia. Los populistas enardecen a las masas reclamando supuestos derechos, obviando la imposibilidad de sus propuestas. La utopía reclama su presencia, en un mundo de desesperanza y frustración. Hasta hace muy pocos años se había desterrado la dialéctica de la negatividad, y un clima de positividad desgastaba la moral colectiva. Se despreciaba la ética individual y se adoraba el éxito, sin importar los métodos para alcanzarlo. Pero el péndulo de la historia sigue su oscilación eterna y sorprende a los que se habían anclado en la inconsciencia y no saben como responder.

La abdicación sorpresiva del rey no es más que un parche que intenta vacunar al “establishment” contra el virus de la consciencia colectiva; los pragmáticos de la ortodoxia pontifican descalificando la negatividad de las masas y los poderes económicos observan y deciden en la oscuridad.

Como resumen, podemos afirmar que existe un clamoroso cambio de paradigma; Europa está en inmersa en la encrucijada de ese cambio, ¿para bien o para mal?, el tiempo lo dirá.

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