Opinión

Madrecita que estás en los cielos

El viejo sonreía mientras observaba en la pantalla de su ordenador la imagen borrosa de su madre cuando esta tendría unos cinco años; sobre todo destacaban sus ojos azules de una intensidad que casi parecían blancos, como si de una ciega se tratara. La vieja y oscura película había sido grabada por su abuelo en los lejanos años veinte del siglo pasado, hace hoy casi cien años. Era un documento gráfico de gran valor para el anciano, que contempló las imágenes cientos de veces: sus abuelos, sus tíos maternos, incluido un adolescente, Paquiño, que moriría en la Guerra Civil herido mortalmente en la batalla del Ebro; la fiel y bondadosa tía Julia, hermana de la abuela; figuraban también algunos, hoy desconocidos, amigos de la familia; todos ellos inmortalizados gracias a los albores de una tecnología emergente puesta al servicio de los ciudadanos

El Viejo Milenario trataba de escribir sus sensaciones soportando el dolor de sus magulladas muñecas; cada palabra suponía un esfuerzo solo superado por la fidelidad a sus lectores sabatinos. ¿De qué escribir hoy, que proporcione una lectura amena? Se preguntaba acuciado por el tiempo. Recordó que aquella mañana había estado ojeando viejos periódicos que guardaba cual Diógenes, antes de desterrarlos definitivamente al contenedor azul. El 17 de julio de 1981 se publicaba la siguiente noticia: “Felipe González reitera su oposición al ingreso de España en la OTAN”, y lo hacía en una reunión de la Internacional Socialista celebrada en Bonn, entonces capital de la República Federal Alemana; en la misma reunión “Felipe censuró la política del garrote que EEUU seguía en los países de Centroamérica, al mismo tiempo que criticaba la atención con que la URSS trataba de utilizarlo en beneficio propio”. ¡Qué tiempos aquellos! Un Felipe ambivalente y seductor de tirios y troyanos, un EEUU explotador y controlador de su patio trasero, una URSS potencialmente intervencionista en el cono sur americano y un escenario donde los dictadores eran dueños de vidas y haciendas. Han transcurrido cuarenta años y la historia ha envejecido pero los actores son parecidos en un escenario donde los espectadores tratar de huir aterrorizados de la caballería del Apocalipsis. Con la OTAN derrotada en Afganistán por un ejército de harapientos. Con una pandemia que ha matado millones de personas Con un cambio climático que destruye los equilibrios de la naturaleza y amenaza con la desertización del planeta. Con una energía insuficiente para cubrir las necesidades mínimas. Con Rusia, China, EEUU y la EU jugando una partida al ajedrez y con una España de charanga y pandereta como la definía el genial poeta Antonio Machado.

Como impulsado por un resorte, el Viejo Milenario cerró el ya amarillento periódico y lo arrojó violentamente a la papelera. Los fantasmas del pasado han de ser perpetuados cuando esos recuerdos nos devuelvan las vivencias con los seres queridos, gritó con irreprimible furia. Consecuentemente con ello, su imaginación voló a su ya lejana infancia. Con los ojos cerrados visualizó a su madre dando instrucciones a las profesoras del colegio que ella regentaba por delegación de su padre, autoritaria, persuasiva, generosa con los necesitados, excelente cocinera, extraordinaria trabajadora, femeninamente presumida, dotada de un gran sentido del humor y, sobre todo, protectora de los suyos. Una lágrima brotó de los ojos del Viejo Milenario mientras sus labios recitaban la canción de Antonio Machín “Madrecita del alma querida”. Y el dolor de sus muñecas dejó de manifestarse

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