Opinión

El objeto perdido: la Ética

Cuántas decepciones hemos padecido desde la más tierna infancia?: la rotura de un juguete, el desencuentro con un amigo, el suspenso en un examen, el insulto de un compañero, el rechazo de una ilusión, la muerte de un ser querido, el acoso de un malvado, el desengaño de un amor, la soledad de la culpa, un divorcio traumático, la pérdida de un objeto totémico… Todo ello incide en el comportamiento de cada individuo en sus relaciones con el resto de la comunidad a la que pertenece. Algunos sufren una depresión melancólica, otros las superan tras un combate consigo mismo, aceptando la temporalidad de la vida. Muchos las ocultan en un subconsciente sembrado de “cebollas”. La mayoría las borra y tienen una existencia donde el “ahora” marca el calendario de sus deseos. Son muy pocos los que viven sin haber sufrido los efectos de las frustraciones y aspiran a conseguir los objetivos que la sociedad de consumo pone a su alcance. Pero todos ellos configuran un Yo que recoge las influencias de las decepciones que la pérdida del objeto deseado produce en la libido.

En la actualidad se perfila un deterioro de la sociedad al producirse la suma de egos aislados muy cerrados, que son cómplices y a la vez víctimas de la globalización en la que se integran, convirtiéndose en piezas de un complicado engranaje del que sorben el líquido alienante que los somete a una dependencia absoluta. Se da la paradoja de que la libertad está condicionada por una transparencia imposible de procesar, y un ejemplo es la movilización de amplios sectores de la juventud en busca de un ocio donde la masificación y el alcohol son objetivos desenfrenados en una crisis que debe de ser corregida introduciendo en el sistema educativo currículos trasversales de valores desde los primeros años de escolarización.

Una falsa alternativa está en las sociedades endogámicas donde la población sufre una opresión que emana de la tiranía que mantiene a verdugos y víctimas en un escenario de terror. Los regímenes cerrados y teocráticos, como el de los talibanes en Afganistán, el de los ayatolás en Irán, el de los wahabitas en Arabia Saudí… son ejemplos de una “violencia educadora” que trata de catequizar a la población utilizando textos religiosos cuyo contenido es ley y conculcarla se castiga con la tortura e incluso con la muerte.

En España se está fraguando un mapa social muy confuso, donde el sistema democrático sufre una perversión del mal uso de las libertades en un intento de socavar la esencia de la convivencia, a veces con la negligencia de algunos miembros del Gobierno o de responsables institucionales, errores que solo la pérdida de control del poder puede justificar. La autorización de la manifestación neonazi en el barrio de Chueca es el ejemplo más palmario. Otro ejemplo de deterioro democrático es el de la oposición conservadora que actúa como monaguillo de la ultraderecha, boicoteando la renovación del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional y de otras instituciones del Estado.

El Viejo Milenario cita habitualmente al filósofo Byung Chul Han y el último libro que ha leído de ese autor, “Topología de la violencia”, le ha impresionado de una forma especial. Han profundiza su análisis de la sociedad del cansancio y de la transparencia, buscando sacar a la luz nuevas formas de violencia que se ocultan tras el exceso de positividad y relativismo.

Buscando el objeto perdido, la Ética, el Viejo Milenario se siente como Sísifo, con la piedra que volvía a su posición inicial después de empujarla a la cima de la montaña.

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