Opinión

El ombligo del mundo

La capital del viejo imperio de Tahuantinsuyo, Cuzco -o Cusco, como la denominan los nativos-, compagina un presente bullicioso con un pasado glorioso (este imperio llegó a tener una extensión similar al romano de la época de Trajano). Esta ciudad conserva en sus calles y plazas restos de su emocionante historia, quizás por eso se la conoce como la capital arqueológica de América. Su antigua estructura se cimentó entre dos ríos y tenía forma de puma, símbolo de la fuerza de la naturaleza. Su parte antigua debe recorrerse andando; las estrechas calles del barrio de San Blas se ven invadidas por un inexplicable tráfico que apenas permite evitar ser rozados por alguno de los numerosos coches que la recorren. Su bella plaza de Armas alberga la Catedral, que en su interior conserva la imagen de un “Santiago mata indios” que trata de conmemorar su “milagrosa intervención” en el exterminio del imperio inca. Al ser interrogados sobre las matanzas que nuestros conquistadores perpetraron en nombre de España y de su “sagrada misión evangelizadora”, los descendientes de aquel orgulloso pueblo contestan, con una sonrisa, que “son cosas que han sucedido, porque tenían que suceder”.

Los restos arquitectónicos de las construcciones incas revelan un dominio en el manejo de las piedras único en el mundo, como se pone de manifiesto en la calle Hatun Rumiyoq, calle que va desde el barrio de San Blas hasta la plaza de Armas, donde se puede ver la piedra de los doce ángulos incrustada en las de su entorno con una exactitud difícil de conseguir.

He coincidido con una manifestación de estudiantes contra la reforma educativa que promueve el Gobierno, que abre las puertas a la privatización de la educación superior; al lado de los estudiantes, la policía vigilaba que no se alterara el orden. En aquel instante una copiosa lluvia se descargó con fuerza y estudiantes y policía se mezclaron en una huida tumultuosa hacía los soportales de la plaza de Armas. Ambas partes compartían sus roles, desordenadamente y unidos ante las inclemencias del tiempo. Era la segunda vez en tres días que observé movimientos ciudadanos contra las reformas impulsadas por el Gobierno. La anterior fue en Lima, donde los sanitarios reclamaban mayor financiación para el sistema público de sanidad, rodeados por un numeroso contingente de policías montados a caballo.

Las afueras de Cusco guardan numerosos restos arqueológicos incas, como Sacsayhyamán, impresionante fortaleza de piedras gigantescas; quizás la mayor obra arquitectónica realizada por los incas. O el Qenqo, centro ceremonial donde se realizaban sacrificios, donde se puede observar con nitidez los efectos de la acción de los “extirpadores de ideologías”, algo que se repite en otros lugares del mundo donde se han intentado cristianizar los cultos paganos, borrando todo vestigio que recordara las antiguas culturas (lo mismo que hoy hacen los integristas islámicos en los territorios que controlan). También he visitado, a pesar de la fatiga que me invadió al sobrepasar los 3.900 metros de altitud, Tambomachay, lugar arqueológico destinado en su tiempo como culto al agua. Lo sorprendente de este lugar es que las dos pequeñas cascadas que se conservan depositan exactamente la misma cantidad de agua, algo que se puede comprobar con dos botellas, ya que ambas se llenan en el mismo tiempo. Cusco: colorido, arte, historia, tradición, buen comer (le dedicaré un artículo), buena gente, altitud, mal de altura, mate de coca,… todo sorprendente y singular. Para conocer y disfrutar.

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