Opinión

La rebelión de los peones

Lucas van Leyden pintó un óleo representando una partida de ajedrez en la que los contendientes que se enfrentan son una dama y un caballero, este último probablemente de origen mongol. La mujer, con gesto taciturno, mueve una ficha negra (la mayoría de las piezas que quedan en el tablero son de ese color); mientras su contrincante, con aspecto distraído, se rasca la cabeza. Los observadores comentan la jugada, expectantes ante el resultado que se cree evidente.


 Todas las piezas configuran un todo, cada una de ellas tienen un rol asignado; los peones son la avanzadilla y la fuerza de choque; siempre se les sacrifica ante el interés general, su valor es bajo y su destino, el sacrificio. Las demás piezas se mueven con cautela, han de atacar sin olvidar su papel protector; son ambivalentes y esperan las órdenes oportunas para alcanzar la victoria.


 Pero algo está sucediendo en todos los tableros del mundo, ¡los peones quieren tener voz!, después de 2.300 años de existencia, la vieja chaturanga (primer nombre del juego de ajedrez) se estremece ante la presión de los débiles. Las piezas más insignificantes se reúnen, hablan, se organizan al margen de los poderosos, reclaman sus derechos; exigen reorganizar la partida, las viejas jerarquías han perdido millones de partidas, no más tutelajes, igualdad, libertad, felicidad. Los caducos privilegios no han servido para resolver los grandes dilemas. ¡Las bases no necesitan intermediarios, quieren expresar su pensamiento con absoluta libertad! 
¡Crisis del poder! ¡Recuperemos la ética como eje del comportamiento! ¡No a la mentira! ¡Desterremos el miedo! ¡Participación en la toma de decisiones! La inestabilidad se extiende por todo el orbe. La socialdemocracia busca su espacio, la derecha se desplaza hacia la ultraderecha, el populismo coquetea con el fascismo, el nazismo renace de sus cenizas, el comunismo se trasviste en capitalismo; el sistema democrático hace aguas por mil agujeros; el fanatismo se apodera de los corazones mientras las mentes son absorbidas por los apóstoles de la muerte.


 Y ante tanto horror, los peones se rebelan; reclaman un nuevo orden donde reinen los derechos humanos, donde la solidaridad sea prioritaria en la relación entre los pueblos, donde el respeto entre culturas permita la convivencia en la diversidad, donde la igualdad de derechos entre seres humanos se universalice… Los peones aman la utopía, no obedecerán más órdenes de la aristocracia, se acabó el militante sometido y manipulado por una casta adocenada y servil. 


Leyden murió joven, tal vez no vio el resultado de la partida que él pintó en 1509. La mujer estaba en mejor posición, sus fichas “nobles” se movían con soltura, mientras las piezas de su adversario, el “mongol”, apenas se percibían en el tablero. Pero la partida se eternizó, han pasado 500 años y el resultado sigue siendo incierto. Y los peones han dicho ¡basta!, no hay pajes o caballeros que los dirijan, son conscientes de su libertad y saben que sin ellos nadie ganará la partida. ¿Llegará a tiempo esta catarsis? 

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