Opinión

BENEDICTO XVI Y LA SABIDURÍA DE LOS HUMILDES

Con la libertad, la humildad y sabiduría tranquila y profunda que han caracterizado sus casi ocho años de pontificado, Benedicto XVI acaba de anunciar su decisión de renunciar al Ministerio de Pedro. Y hace este anuncio tan importante con el siguiente razonamiento, todo el impregnado de sentido común y coherencia. 'Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que por la edad avanzada ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la Barca de Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mi de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue confiado. Por eso siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro'.


Y así la mente brillante y el corazón sensible que los cardenales llamaron a guiar la nave de la iglesia el 19 de abril de 2005, ahora se encamina al silencio del claustro para sencillamente orar, cuando siente escapar as fuerzas físicas y experimenta la mordedura del cansancio también en el espíritu. Demasiado bien conoce las encrucijadas de esta hora, las claves de la cultura, la profundidad de la herida de este tiempo. Un tiempo para el que se requiere -como él afirma- un vigor de cuerpo y alma que él no teme confesar sencillamente que siente perder cada día.


Es muy posible que de este modo el papa Ratzinger haya pensado ahorrar a la Iglesia la agonía de un periodo indefinido en el que difícilmente hubiese podido mantener el pulso necesario para la renovación eclesial y para la nueva evangelización de sus dos grandes pasiones de estos años.


Nos deja como contrapartida un legado inmenso de obras y palabras, una doctrina comparable a la de los grandes Padres de los primeros siglos. Este legado pasará a la historia como una de las más sólidas contribuciones intelectuales al magisterio de la Iglesia en las que ha sabido combinar con lucidez la fe y la razón. Destacan especialmente sus tres encíclicas y su indagación en la vida y mensaje de Jesús en un lenguaje moderno, accesible y riguroso. Y, sobre todo, nos deja su simpatía profunda por el corazón del hombre, por su búsqueda atormentada, por su nobleza nunca apagada.


Nos deja su sonrisa de ternura comprensiva con males que él había desentrañado con precisión de cirujano, sin olvidar nunca que semejantes sombras nunca podrán ahogar totalmente la brújula del corazón humano que apunta a infinito.

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