Opinión

EN EL CENTENARIO DE MENÉNDEZ PELAYO

Siempre resulta positivo avivar el recuerdo de nuestros grandes pensadores. Y celebrando en este, el primer centenario de la muerte de D. Marcelino Menéndez Pelayo, parece oportuno evocar, aunque sólo sea con breves pinceladas, algunos rasgos de su persona y su obra.


De entrada, hay que decir que estamos ante un gran erudito. Es el único español que logró pertenecer a las cuatro grandes Reales Academias: la de la Lengua, la de las Ciencias Morales y Políticas, la de Bellas Artes de S. Fernando y por último la de la Historia, de la que fue director en 1909. También este santanderino universal fue director de la Biblioteca Nacional. Dentro de sus amplios conocimientos destacó en la historia de las ideas y en la historia y bibliografía de la literatura española e hispanoamericana. De su obra, verdaderamente voluminosa, podríamos destacar: 'La ciencia española' (1876), 'Historia de los heterodoxos españoles' (1880-1882), ocho volúmenes de más de 500 páginas cada uno, 'Historia de las ideas estéticas en España' (1883-91), 'Obra de Lope de Vega' (1890-1902) y sus dos antologías de poetas, una sobre los castellanos y otra sobre los hispano-americanos.


De todos es conocida su polémica con el pensamiento krausista, lo mismo que su admiración por J. Luis Vives y se le podría situar dentro de la corriente monárquico-liberal cristiana, aunque su figura fue bastante radicalizada posteriormente en los años de la Segunda República, Guerra Civil y época franquista.


Optaba M. Pelayo por la armonía entre la fe y la razón. Sentía además un profundo orgullo por todo lo español que estudió y puso en valor con fruición y brillantez, superando cualquier complejo de inferioridad que a veces nos agarrota a los españoles. Fue D. Marcelino, sin duda, un hombre de singular y especial cultura que le llevó a buscar síntesis en pensamientos que para otros serían antiéticos. En él se puede encontrar cierta mezcla de tradicionalismo y modernidad, profundo sentido cristiano combinado con un claro sentir liberal, fruto de su curiosidad intelectual. Su casticismo y pasión por lo español se combinaba con su admiración por Europa, lo mismo que el positivismo e idealismo convivían con naturalidad en su pensamiento y obra.


El amor a España guió toda su trayectoria vital y doctrinal, buscando la regeneración de la nación desde diversas perspectivas y compromisos. Por ello, en la amplia obra historiográfica que nos ha legado, encontraremos sin duda apreciaciones interesantes sobre muchos temas: unas son propias del momento, pero otras poseen un valor intemporal, unas serán revisables o ya lo han sido por el mismo o por otros, otras por el contrario se han incorporado a la estructura fundamenta de nuestra historia literaria.


En suma, más allá de los registros de su retórica decimonónica, hemos de reconocer que D. Marcelino nos ha dejado un diseño básico de la historia de la literatura y la cultura literaria española, por donde ha debido transitar la investigación del siglo XX. Al mismo tiempo nos dejó numerosos estudios sobre obras concretas de nuestro canon literario y una crítica llena de buen sentido.


En consecuencia, ante el catálogo de cuestiones que plantea, muchas de ellas plenamente vigentes, cabe matizar sus respuestas, actualizarlas e incluso combatirlas, lo que nunca debe hacerse es ignorarlas.

Te puede interesar