Opinión

CINCUENTA AÑOS DE SORPRESAS

El 3 de junio se cumplieron cincuenta años de la muerte de Juan XXIII. Este medio siglo de singladura eclesial está lleno de sorpresas protagonizadas por los sucesivos pontífices. La primera de ellas es la figura de Ángelo Roncalli, que pese a su avanzada edad es elegido obispo de Roma y no 'sin inspiración divina' convoca el Vaticano II con el claro propósito de presentar la fe cristiana según las exigencias de los signos de los tiempos, porque intuía que la Iglesia parecía más una realidad del pasado que portadora de futuro. A este papa se le exige un último sacrificio, partir de este mundo sin haber culminado la travesía del Concilio.


Entonces aparece en escena el la persona de Montini, un hombre de delicadeza extraordinaria y de gran finura intelectual, conocedor de los movimientos profundos de una cultura que rompía los vínculos con la tradición cristiana. Pablo VI sorprende a propios y extraños con una libertad y un coraje que parecían contradictorios con su fragilidad física y delicadeza de carácter. Gracias a estas cualidades, en medio de las tempestades y convulsiones postconciliares, pudo preparar la Iglesia para hablar al hombre contemporáneo que tiene de Jesucristo una necesidad absoluta.


Por aquellos años, ya cuajaba la experiencia singular de un joven obispo polaco y surge la más inesperada de las sorpresas. Tras el breve resplandor de la sonrisa de Juan Pablo I, una suerte de brisa de esperanza, es elegido papa KarolVojtyla, un obispo de 58 años forjado en la resistencia frente al nazismo y al comunismo, un pastor del otro lado del Telón de Acero, que vive de manera natural la sintonía entre la Iglesia y la libertad.


Y cuando los diferentes bloques históricos parecían ya situar al cuerpo de la iglesia en los márgenes de la historia, el nuevo papa la conduce de nuevo al centro de las plazas, restituyéndole la función de comunicar la esperanza que le había sido expropiada por las ideologías.


Veintiséis años después, parecía imposible que alguien pudiera recoger el testigo de Wojtyla, durante cuyo pontificado se pudieron vislumbrar ya los primeros frutos del concilio: el nuevo protagonismo de los laicos, la actualización de la Doctrina Social de la Iglesia, los nuevos carismas, la interlocución con la cultura, el diálogo con los jóvenes. Una Iglesia que intentaba reconciliarse con lo mejor de la razón moderna y con su ansía auténtica de libertad


Entonces surge una nueva sorpresa: los cardenales eligen como obispo de Roma al cardenal Ratzinger, convencidos de que era quien mejor podía encarnar el desafío del diálogo con el mundo postmoderno.. Y efectivamente Benedicto XVI sorprendió a todos con su magisterio y su estilo comparable al de los grandes padres de los primeros siglos. Por su voluntad de purificar la Iglesia, por la sintonía con la búsqueda de todos los hombres y mujeres de nuestra época y por su pureza evangélica expresada de modo impresionante en los gestos y palabras de las últimas semanas, al recordarnos que la barca de la Iglesia no es de ninguno de nosotros, sino del Señor. El no permite que se hunda, aunque a veces nos parece que duerme, mientras el mar se agita.


Han pasado 50 años desde el comienzo de esta etapa, ahora la sorpresa ha llegado desde casi el fin del mundo. Es bueno escrutar cómo el Señor fue madurando la experiencia de Jorge Bergoglio en el crisol del amor y del dolor. Los misteriosos meandros (que ahora se iluminan) de su trayectoria religiosa y episcopal, su cercanía a los pobres, a los sedientos de vida y felicidad son signos de la providencia de Dios sobre él.


El papa Juan lanzó a la Iglesia a una singladura apasionante pero llena de riesgos, el pontífice Francisco ya ha dicho que prefiere una iglesia accidentada por salir al encuentro del hombre que una institución bien pulida, pero enferma de espíritu mundano. En el ancho mar de la historia, esta barca sigue adelante, guiada por hombres que Dios prepara, elige y llama. Que el Señor nos guarde de la desmemoria y de la ingratitud.

Te puede interesar