Opinión

SABIDURÍA Y CORAJE DE UN OBISPO VASCO

Hace poco más de un año que José Ignacio Munilla tomó posesión de la diócesis de San Sebastián. Algunos anunciaron entonces poco menos que una catástrofe con su llegada. Pero nada de eso ha sucedido. Con realismo evangélico y talante acogedor, afrontando la crisis y gastando paciencia, monseñor Munilla está deshaciendo mitos y alentando esperanzas. Su homilía en la fiesta de San Sebastián, patrono de la capital donostiarra, es un buen ejemplo.


Frente a quienes pensaban que este obispo supondría un desencarnarse de la iglesia respecto de la historia vasca, monseñor Munilla ha demostrado que la fe permite una mirada más inteligente y profunda de la realidad, sin eludir nada. Estando muy vivo el debate sobre el significado y el valor del 'alto el fuego' anunciado por la banda terrorista ETA, el obispo donostiarra no ha dudado en aportar la inteligencia de la fe a este aspecto caliente de la realidad de su tierra. Y lo ha hecho con coraje y sabiduría, bebiendo siempre del Evangelio y la tradición, sin necesidad de recurrir a mediaciones ideológicas siempre parciales e interesadas. Se puede afirmar que de la 'ilusión mediadora' ha pasado al juicio histórico que nace de la fe. Ha comenzado, en su homilía, hablando de los mártires como signo de la grandeza de Dios y de la dignidad de los hombres, porque con su testimonio demuestran que existen ideales demasiado grandes para regatearles el precio. Después aborda, sin complejos, el escenario abierto por el anuncio del 'alto el fuego' de ETA y reconoce los sentimientos ambivalentes que provoca: expectación de que la violencia no vuelva, pero decepción por la oportunidad perdida de anunciar la desaparición definitiva del terror. Mirada atenta, pero nada de falsas ilusiones.


Después habla de la tarea que compete a los distintos sectores sociales en la causa de la paz y aborda sin complejos la tarea de la Iglesia que resume en la llamada a la conversión que incluye el arrepentimiento y la petición de perdón. 'No habrá paz definitiva, a juicio de monseñor Munilla, sin verdadero arrepentimiento por la violencia y los daños causados porque la paz no puede basarse sobre meras consideraciones tácticas. 'El arrepentimiento lejos de ser un sobreañadido en el tejado, forma parte de los cimientos de la paz'. Y entra en el espinoso tema del perdón que parece esperarse de las víctimas como elemento instrumental para engrasar el proceso. Es de sobra conocido el acompañamiento que Munilla realizó a las víctimas desde su época de sacerdote en Zumárraga. Por eso tiene autoridad particular y advierte: 'que no podemos pedir generosidad a las víctimas, sin mostrarle previamente arrepentimiento sincero coherente, acompañado de una petición humilde de perdón'. Y lanza un mensaje a los gestores del proceso para que las víctimas 'no sean peercibidas jamás como una presencia embarazosa... por el contrario, su necesaria participación está llamada a ser garantía de la verdadera paz'.


Pero también como padre y pastor, testigo de la misericordia de Dios hecho hombre, que murió en la cruz, el obispo recuerda a quienes han sufrido el terrible zarpazo de la violencia, que el perdón no es una imposición, que Jesús nos lo ofreció primero como don, antes de invitarnos a dispensarlo a quienes nos han hecho daño. Y de nuevo habla de la contribución principal de la Iglesia en este momento: la proclamación de la misericordia de Dios-Padre manifiesta en el perdón de Jesucristo que nos llama a nuestra conversión personal.

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