Opinión

LA VOZ DE LA IGLESIA, CUESTIONADA

Es frecuente hoy entrar en polémica con la Iglesia católica a propósito de ciertos temas de actualidad, reivindicando el carácter laico del Estado. Suele entrarse en esta polémica de forma superficial como gruesos argumentos y tópicos gastados. Se trata más bien de pancarta y eslogan como 'La Iglesia no legisla', 'Las leyes las hace el Parlamento', 'La Iglesia no respeta la legitimidad democrática'.


No suele haber un análisis de los temas, ni siquiera un intento de refutación de las ideas contrarias: lo que hay es un claro rechazo, un fastidio de que la Iglesia se manifieste públicamente, que se haga visible en la palestra pública. Quiero que quede clara esta matización: no se critica lo que la Iglesia dice, sino que se critica que la Iglesia opine en un ámbito más amplio que el de sus propios fieles. Tal actitud me parece preocupante, porque puede minar los fundamentos de cualquier debate constructivo que es en última instancia minar los fundamentos de la democracia misma. Por el contrario, como sostiene el mismo Habermas, es conveniente que la voz de las religiones sea escuchada y por lo tanto la voz de la religión católica. Y lo es por varias razones:


La primera, porque es una voz sociológicamente representativa de millones de personas, que no son un grupo de inquisidores oscurantistas, sino ciudadanos normales cumplidores de las leyes y en su inmensa mayoría partidarios de una convivencia pacífica y democrática, y por otra parte bastante diverso desde el punto de vista ideológico.


La segunda causa es el peso, llamémosle intelectual o cultural, de esta voz. Cuando la Iglesia habla de la moral, de la sexualidad, del hombre, no es una recién llegada que se mete en temas desconocidos. Es una institución que ha elaborado en un largo proceso de siglos un pensamiento coherente sobre estas cuestiones. Cuando habla de persona, de igualdad, de libertad, de dignidad, está usando conceptos que ella misma ha contribuido a configurar históricamente. Se puede estar de acuerdo o no con sus ideas, pero no puede dejar de reconocerse el bagaje cultural que pesa en ellas. En la raíz histórica, en la arqueología de la mayoría de las categorías intelectuales que usamos (persona, dignidad, igualdad) está el cristianismo. Aunque sólo sea por esto, no podemos dar la espalda, tampoco los no cristianos, a lo que configura una gran parte de nuestra historia cultural.


A estas razones y otras más que podríamos citar, hay que añadir otra evidente: no podemos negar la posibilidad de diálogo desacreditando de entrada al oponente en una sociedad libre y pluralista. ¿Han reparado nuestros interlocutores en que las sociedades libres y pluralistas son sobre todo de tradición cristiana? Es muy fácil comprobarlo. Coja un mapa y obsérvelo. ¿Casualidad o causalidad?


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