Opinión

Caballo de cartón

Le estoy viendo en los estudios de grabación de Bravo Murillo. Eran pequeños, con dos buenos ingenieros de sonido; tenían algo de familiar, casi casero. 

Yo me dejaba caer por allí porque siempre me daban alguna letra que hacer. Aquel día grababa mi amigo Jorge Pardo, y Paco de Lucía había acudido para hacer un solo de guitarra.

Recuerdo a Paco en una esquina, cercano con los amigos, levemente solemne, introspectivo y muy amante de las bromas. Contó esta historieta: “La sala estaba llena, todo era un éxito, pero desde el escenario vi a alguien muy serio y que no aplaudía. Ya sabes lo que ocurre cuando actúas, a veces te quedas atrapado por un espectador, y aquel tipo me obsesionó todo el concierto. Al final me acerqué a él con decisión y le dije '¿así que no le ha gustado el concierto?' La vergüenza que pasé: aquel hombre que me sonreía sólo tenía un brazo”.

Recuerdo bien que Paco llevaba en el bolsillo de su chaqueta un libro muy usado de Antonio Machado. La mítica edición de Losada. Y mira, hoy es el aniversario de su penosa muerte. Ambos genios casi coinciden.

Ayer vi algo que me conmovió intensamente. Una cadena francesa pasó un documental sobre Machado, y rescató doloridas imágenes de aquel trágico 1939.

Victorioso el general ferrolano, las tropas de Millán Astray entran en Barcelona. Me golpea el verso bíblico “Ay, del vencido” y me hacen daño las imágenes. La cámara capta aquella fila casi infinita de republicanos a lo largo de los caminos y carreteras, avanzan lentamente por los Pirineos hacia la frontera francesa. (El filósofo López Cid siempre mantuvo que antes de pedir el Instituto de Soria, Don Antonio había preferido Ourense.) Los carruajes de los derrotados se entierran en el lodo. Mutilados caminan con dificultad. En un carro de bueyes lleno de mujeres enlutadas, una de flácidas mejillas da de mamar a su hijo.

Me imagino al poeta en la fila. Al lado, su madre enferma, con el presentimiento de las desgracias que esperan. Las carpetas con poemas escritos a mano atadas al pecho para protegerse del frío. A veces, aviones con la cruz gamada ametrallan a los desprotegidos caminantes.

En la frontera francesa los esperan, qué cabrones, los ojos del milano, duros y crueles. Por un momento, entre aquella gente llena de harapos y sueños rotos, de la mano de Machado, me pareció que cabalgaba también don Alonso Quijano.

(Aquel día de 1984, en los estudios de Bravo Murillo, Paco de Lucía leía un poema del poeta: “Caballo de cartón’”. De pronto, levantó la mirada: “A mí los reyes jamás me pusieron un caballo de cartón’’. Después, con sus ojos, tan suyos hacia dentro, supe que veía a su madre llenar los platos de una aguada sopa.)

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