Opinión

HAZME UNA CRUZ SENCILLA, CARPINTERO

Ayer encontré entre mis papeles, fotos, poemas y cosas de aquel hombre un poco olvidado que conocí haciéndole una entrevista para un periódico de la facultad a mediados de los años setenta.


Lo encontré en el lado oscuro de Madrid, donde el cantautor dice 'tengo las botas metidas en este cieno'; allá en el Pozo del Tío Raimundo. Después, algunos amigos colaboramos con él y le conocí bastante, me llamaba 'mi paisanito verinense' porque había tomado las aguas en Verín y su madre era galaica.


Hablo de aquel jesuita contradictorio, combativo y siempre al límite: José María de Llanos. Era protagonista de los lúcidos artículos de Umbral. Vivía en una choza en la barriada más marginal y fue la voz de los olvidados, toxicómanos y gitanos; allá donde cantó The Boss: 'Ningún ángel va a darte la bienvenida'.


Lo recuerdo bien: traje levemente raído, ancha boina, ojos hacia adentro, un gesto místico. Siempre listo para la acción y liderar aquella muchedumbre que habitaba en casas de lata y paja. Cuando logró mejorar la barriada y el viejo profesor Tierno Galván les construyó nuevas casas, le quisieron dedicar una calle; Llanos aceptó con la condición de que le dedicaran otra a Lele, un 'bendito', el 'tonto del barrio'.


Fue un día memorable, allí estuvo Tierno, toda la progresía madrileña de los ochenta y una mujer muy anciana, todavía erguida y sonriente, La Pasionaria.


Llanos dijo de sus primeros cincuenta años de vida: 'No sé cómo pude caer en aquella locura nacionalcatólica, todavía me asombra'. Por eso me fascinó este jesuita que primero vistió la camisa azul de la Falange, lideró a los chicos del Frente de Juventudes y Fuerza Nueva y, como cuenta su biógrafo, Miguel Lamet, avanzó Gran Vía arriba, delante de un pelotón de chicos con correaje y fotos de José Antonio, 'repartiendo tortas' a quien no alzaba la mano con saludo romano.


Recuerdo que le pregunté cómo habían sido los ejercicios espirituales que le había dirigido al propio general ferrolano y a su enjoyada mujer asturiana, allá en los años cincuenta, en pleno mandato franquista. Guardó silencio, me miró fijamente y no quiso decir una palabra.




(Ayer hablamos del padre Llanos en la tertulia. Fue en los cincuenta cuando le escribió a su jefe jesuita: 'Abandono el palacio de El Pardo, y el 'Cara al Sol'; me voy a mi chabola del Pozo del Tío Raimundo'. Y allí se instaló, entre lámparas de carburo, entre zuecos, asnos, caminos enlodados y cloacas. Todavía la luz de las luciérnagas iluminaba los senderos. Ligero de equipaje, no se olvidó de sus libros de León Felipe. Cuando caminaba con sus botas altas de goma para aliviar a alguien en desgracia, gustaba de recitar: 'Hazme una cruz sencilla, carpintero? / que se vean desnudos los maderos / sencilla, sencilla, carpintero'.)

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