Opinión

Manos arriba

Eran los setenta, Madrid. “Cifu” estudiaba en mi curso de la entrañable Escuela de Periodismo. Los viernes me arrastraba a los conciertos de jazz en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. “Cifu” había crecido en el París de Cortázar, donde los jazzmen son reverenciados. Vivió el mayo del 68 y escuchó el saxo a ciegos de sonrisa rara al lado del Sena. Su padre, exiliado, regresó a España al final de la década. Estoy viendo a “Cifu”, ahora, con el uniforme “progre”: jersey negro de cuello de cisne y pantalones levemente acampanados. En su bolso de cuero, las últimas novedades de jazz, revistas extranjeras y algunas cintas, por ejemplo de Coltrane, que no te dejaba tocar.
Recuerdo la primera vez que subí a su coche. De pronto, me espetó: “Vas a estremecerte, amigo”. Pulsó el botón de su ‘radio-casete’, todavía muy básico. Enseguida reconocí la voz oscura y salvaje de Ray Charles en “Let the good times roll’s”. El coche avanzaba despacio por el asfalto mojado y yo sentí dolor y amor, todo junto. El blues, hermano del jazz, es, ciertamente, la música más triste del mundo.
En los setenta, la base americana de Torrejón de Ardoz albergaba una multitud de jóvenes de color. Con frecuencia tenían actuaciones de bandas de jazz venidas de USA. El siempre se las arreglaba para conseguir entradas.
Los sábados íbamos al club Stones, allá en la calle Villalar. Si había suerte, ligábamos con las ebrias chicas de “la Base”. Conque, acabábamos en su apartamento. Por la mañana, te despertaba una negrita con uniforme de sargento y música de Miles Davis. “Cifu” se las arregló para poner jazz en las primeras emisoras de FM. Todavía era una rareza para minorías. Con frecuencia, nos dejábamos caer por aquellos míticos locales como el Whisky Jazz Club o el Bourbon Street. “Convéncete, el jazz es la mayor expresión de libertad individual”, me decía. Cierto, inevitablemente siempre actuaba Pedro Iturralde, un saxofonista honesto y contundente. También Tete Montoliú: “Cifu” lo conocía más que su propia madre. Ah, en la madrugada éramos felices y libres. Sobre todo, cuando el piano te contaba algún secreto y te llevaba justo al límite del abismo. Entonces lo escuchabas ‘manos arriba’. Después, le vinieron a “Cifu” todos los premios. Quizá recuerdes aquel mítico programa suyo de TVE, “Jazz entre amigos”.
Era un enamorado del Café Latino: “Aquí los ‘riffs’ suenan limpios y el 'feeling' anda vivo por la sala”. Es verdad, el músico no se excede en fáciles 'standard' solo para mejorar su cuenta corriente. Hizo su programa de radio hasta el último respiro. Le escuché: “La tecnología quedará desfasada, el alma no.”
(El último alcalde de Nueva Orleáns, cuando murió, pidió únicamente que tocara una banda de jazz ante su tumba. La voz se corrió por toda la ciudad. Montones de bandas callejeras participaron espontáneas. Ah, “Cifu”, tus amigos, cualquier día, convocados por el ‘hado’, llevaremos a tu saxo favorito a la soledad
de tu retiro.)

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