Opinión

“Ne me quitte pas…”

Ligeros de equipaje…”, dijo el clásico. Allá a principios de la década de los 60, con apenas veinte años, una camada de músicos ourensanos partieron a la aventura para tocar en los oscuros tugurios de Beirut.

Te cuento. Eran tres y decidieron vivir una vida provisional de aquí para allá: Luis Humberto, Piloto y Muiños. Pronto tuvieron que acompañar a deslumbrantes bailarinas de la danza del vientre. Eran tiempos en que caían bombas sin interrupción sobre Oriente Medio.

“A veces parecíamos los músicos del ‘Titanic’: no parábamos de actuar aunque las bombas cayeran en la calle de al lado”. Tengo a Luis Humberto conmigo. Me pregunta: “¿Recuerdas aquel ‘blues’ tan herido, en que Billy Joel dice ‘hay una extraña fruta en los árboles’? Yo vi esa fruta el día en que Jomeini le arrebató el poder al Sha. Las avenidas estaban llenas de hombres colgados por traición. Me salvé por los pelos gracias a los cascos azules nórdicos”.

Pero nada arredraba a Luis Humberto y los suyos. De inmediato se buscaban la vida en otro punto de Asia. En las turbias ’boîtes’ conocieron a las más bellas prostitutas del mundo. Desde el escenario distinguieron la mirada acerada de los vendedores de armas.

A veces, los contrataban para amenizar fiestas en palacios de grifería de oro y diamantes. “Había pantagruélicos festines y cosas de las que no quiero hablar…”.

Luis Humberto tuvo suerte: lo contrató nada menos que la cadena Hilton como pianista para sus hoteles de Asia y África. Alrededor de su piano conoció a seres humanos de toda condición y pelaje. “¿Sabes?, la vida me enseñó a ser abierto, compasivo y altruista. No te miento, en Teherán, Frank Sinatra tarareó conmigo una de sus eternas melodías. Una noche, montó un follón por un lío de faldas. Para sorpresa mía, salió vociferando en perfecto italiano”.

Me cuenta: “En Casablanca conocí a la mujer más bella del mundo, Sofía Loren. Allí recibí la propina más generosa de mi vida, dos mil setecientos dólares. Recorrí mundo y en lujosos hoteles actué ante David Rockefeller, hombre humilde y cercano; ante el altivo Onassis y la distante Jacqueline Kennedy”.

(Después, tres décadas de pianista en el Gran Hotel La Toja. Los ojos ávidos de los ludópatas en el casino. Desconocidos que te abrazan y hombres que salen con paso airado de suicida. “Aún hoy me conmueve el rostro triste de Severo Ochoa: le toqué ‘ne me quitte pas’ y lloró. He regresado a la patria de mi infancia. Hoy soy feliz enseñando a mis treinta niños de la banda de música de Coles”.)

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