Opinión

Las democracias liberales

Francis Fukuyama es un conocido politólogo norteamericano de origen japonés que ya está en los libros de texto por su peculiar teoría del fin de la historia. Una interpretación en la que pronosticó la superioridad de la democracia liberal. La única forma de gobierno que a su juicio ha sabido combinar, de forma ejemplar, armónica y eficaz, diversos criterios institucionales que se han producido en forma separada en otros modelos culturales o políticos.

En efecto, ahora en su nueva investigación, publicada recientemente, orden político y decadencia política, aborda esta cuestión y señala que la crisis que se encuentran este sistema político radica precisamente en el alejamiento o desnaturalización de estos principios. A saber: un gobierno responsable y sometido a control, una administración pública fuerte, y el Estado de Derecho. Un modelo que Estado que descansa en tres pilares: separación de los poderes, juridicidad de la acción de los Poderes públicos y reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona.

La responsabilidad del gobierno en democracia implica la existencia de un control político, en sede parlamentaria, un control ciudadano a través de la participación social en diversos entes y comités y un control a través de los partidos políticos, que tienen idearios que limitan también el ejercicio del poder ejecutivo. Sin embargo, la realidad del presidencialismo nos ilustra acerca de la preeminencia del poder ejecutivo, a quien normalmente se somete el resto de los Poderes del Estado.

La existencia de una Administración fuerte tiene que ver con la organización federal del Estado, con el consiguiente reparto de poderes, y también con la defensa del interés general. Una tarea cada vez más mediatizada por la llamada vetocracia, o proceso de privatización del interés general a manos de los grupos de presión y tecnoestructuras que asumen el poder de dominio en la sociedad.

Por lo que se refiere al Estado de Derecho, la juridicidad, la separación de los poderes y el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, tampoco brillan por su presencia. Más bien, la juridicidad se sustituye por la funcionalidad o dominio de lo políticamente conveniente, la separación de los poderes por su confusión y el reconocimiento de los derechos fundamentales por una peculiar extensión de los derechos que termina por agresiones evidentes a los más primarios y fundamentales derechos del ser humano.

Así las cosas, la crisis moral de la democracia, la existencia de preocupantes cotas de recesión y déficit democráticos, están poniendo patas arriba toda una construcción política hasta ahora imbatible. Y esa deconstrucción del modelo, que en sí misma no es preocupante, si lo sería si no se encienden las luces rojas en los cuarteles de las organizaciones políticas con el fin de recuperar los fundamentos de un sistema de gobierno que asegura la libertad solidaria de los ciudadanos. Sin embargo, al menos por estas latitudes es más que probable que quienes hasta ahora han disfrutado de la burocratización del actual régimen político tengan cada vez más cerca la puerta de salida. Por una razón obvia y evidente. El viento sopla en una dirección. Y se llevará por delante al que no sepa navegar en este proceloso mar es que se está convirtiendo un sistema político al que nuevos arribistas pretender llegar para, desde dentro subvertir sus fundamentos, colocándolo al servicio del dominio de quienes precisan del malestar y la agitación continua para perpetuarse en el poder. Por eso, que importante son las convicciones firmes y la lucha por la libertad. Algo que, lamentablemente por estos pagos, poca gente se atreve a defender.

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