Opinión

Holanda y las reformas en el estado del bienestar

El Estado de bienestar en su versión estática está en crisis. Ya no hay presupuesto para atenderlo todo y la ciudadanía empieza a despertarse y tomar conciencia de la colosal maquinaria de control y manipulación en que se había convertido el Estado de bienestar en su dimensión estática. En efecto, conviene pasar de la perspectiva estática y clientelar, la que hemos vivido estos años en España y en general en el mundo Occidental, a una perspectiva dinámica y solidaria del Estado de bienestar que permita el libre y solidario desarrollo de las personas sin dependencias. 

Pues bien, el actual primer ministro de Holanda acaba de anunciar la defunción del actual modelo estático del Estado de bienestar y el renacimiento de su perspectiva dinámica a partir llamado Estado de solidaridad, desde lo que se denomina sociedad de la participación.

En efecto, estos días hemos conocido que en Holanda el Gobierno pretende dar un giro copernicano al pesado y elefantiásico Estado de bienestar para convertirlo en un modelo de sociedad participativa. El año pasado el Rey Guillermo Alejandro, en su tradicional discurso navideño dejó entrever que eran necesarios cambios y transformaciones. Ahora, en concreto, se pretende reformar a fondo el sistema de ayudas a los ancianos y dependientes, incluidos los niños discapacitados, para que sean atendidos por las familias. Por supuesto, si no éstas no se encuentran en condiciones de hacerlo, la nueva ley de cuidados de larga duración encomendará tales tareas a los municipios, que serán convenientemente financiados. En efecto, tales cuidados y atenciones, convenientemente financiados, deben venir del mundo de la familia, amigos o vecinos, a partir de lo que ya se conoce como sociedad de la participación.

Es Estado de bienestar en su dimensión estática ha muerto. La causa es bien sencilla: quienes han interpretado y dirigido el país en los últimos tiempos, no solo en Holanda, en lugar de realizar políticas públicas para el desarrollo libre y solidario de las personas, las han dirigido a la captura de la voluntad de los ciudadanos, articulando un colosal sistema de subsidios y auxilios públicos que han terminado por romper el presupuesto público hasta colocarlo en unos dígitos de deuda y déficit alucinantes. Y, lo más grave, se propició que la familia se quedara fuera de juego, salvo casos especiales, en la atención de parientes ancianos, dependientes o de hijos discapacitados. Porque para eso ya estaba papá Estado, cuyos dirigentes sólo aspiraban a orquestar una sofisticada maquinaria de control social y político de la población.

En efecto, el Estado de bienestar entendido desde una perspectiva dinámica, no es más, ni menos, que un medio magnífico para que las personas dispongan de más espacios de libertad solidaria y autonomía. En concreto para que las familias, la principal institución social, tome mayor protagonismo y pueda colaborar activamente en la atención de sus familiares, es menester replantear la participación social en las principales políticas públicas.

El conjunto de prestaciones del Estado, que constituye el entramado básico de lo que se denomina Estado de bienestar, no puede tomarse como un fin en sí mismo. Cuándo así acontece, el Estado se reduce a mero suministrador de servicios, con lo que el ámbito público se convierte en una rémora del desarrollo social, político, económico y cultural. Además, una concepción de este tipo se traduce, no en el equilibrio social necesario para la creación de una atmósfera adecuada para los desarrollos libres de los ciudadanos y de las asociaciones, sino en una concepción estática que priva al cuerpo social del dinamismo necesario para desarrollarse en libertad solidaria.

Las prestaciones del Estado tienen su sentido en su finalidad al servicio del libre desarrollo integral de las personas. En efecto, las prestaciones sociales se deben ofrecer en el marco de inteligentes políticas de alianza con instituciones sociales especializadas en la materia, con obvias reducciones de costes y mejoras en la prestación de unos servicios que deben realizarse por quien esté en mejores condiciones de hacerlo. Claro, si se trata de asumir desde el espacio público todas estas actividades para colocar a los amigos y afines, el sistema tarde o temprano, lo hemos visto, se agota.

El Estado de bienestar hoy, en plena crisis económica y financiera, claro que es posible. Es posible si se camina por una concepción dinámica, solidaria e instrumental del poder. Es posible si desde el poder se trabaja por la mejora de las condiciones de vida de las personas. Es posible si se fomentan políticas abiertas a la vida y a las instituciones que, como la familia, son generadoras de solidaridad y estabilidad social.

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