Opinión

Prohibir la libertad

La prohibición y el insulto al discrepante son los primeros síntomas de descomposición de un régimen político. La prohibición y el insulto acompañados de ticts autoritarios como el ataque sistemático a la prensa y el poder judicial. Cuando un sistema político cuestiona la propia preservación de la Constitución y la igualdad entre ciudadanos, corre el riesgo real de caer en la deriva populista que conduce a irreversibles comportamientos autocráticos. 

El último exabrupto de Puente insultando a Milei y la prohibición del Premio Nacional de Tauromaquia demuestran que mientras se hable de cortinas de humo se olvidan los casos Ábalos, Begoña y Pegasus. Se empezó por mentir y no conciliar el sueño de cara a los pactos con separatistas, comunistas y protearras. Continuó con el encierro inconstitucional del estado de alarma y las arengas bolivarianas del “Aló presidente”. Prosiguió con indultos y amnistía para golpistas. Y ahora se pretende amordazar a la prensa crítica y a la judicatura incómoda para no rendir cuentas por presunta corrupción, mientras los socialcomunistas peronistas a la española cargan contra la disensión y la cultura de la tauromaquia por razones ideológicas. Un torero muy famoso me contaba el pasado 2 de mayo que en España “se tiende a defender más el bienestar animal que el bienestar de las personas, como es el caso de las víctimas del terrorismo y los 300 asesinatos de ETA sin esclarecer”. Realmente resulta entristecedor que se blanquee y pacte con los herederos políticos de la organización terrorista mientras nos distraen con telenovelas epistolares de amor al poder y desamor a la democracia, y con folletines como este de la prohibición taurina y la insinuación de que Milei se droga.

Se empieza por prohibir un premio para terminar haciendo apología del kirchnerismo populista. Se empieza por la prohibición blanda y lo siguiente será prohibir los toros. Porque cuando este régimen supuestamente democrático se entrega con tanta facilidad a la prohibición y el insulto, no hay dudas de que habrá tentaciones de prohibir la discrepancia y la disidencia para terminar prohibiendo pensar. Es lo que se llama prohibición de las libertades, siendo la libertad en cualquiera de sus modalidades de expresión, pensamiento y creencias la verdadera piedra angular de cualquier democracia. Y en eso está el Frankenstein sanchista, en amedrentar a periodistas y magistrados, en desprestigiar al contrario ya sea argentino o español, en calificar de bulos y mentiras las legítimas investigaciones judiciales por corrupción en aras de la transparencia.

 El régimen está en construir un relato de misivas delirantes con finalidad política bajo el disfraz sentimental de lo familiar. La prohibición es el principio del camino que conduce irremediablemente al pensamiento único, que es donde en verdad se sienten más cómodos los regímenes autoritarios. Prohibir, prohibir, prohibir. Pero prohibir siempre lo de los demás; prohibir la existencia de la disensión política como método de sometimiento social. Un enorme retroceso democrático que nos devuelve a los tiempos más oscuros del pasado. 

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