Opinión

Las zapatillas rojas

La reina, de zapatillas en el concierto EmocionArte en el Teatro Real de Madrid.
photo_camera La reina, de zapatillas en el concierto EmocionArte en el Teatro Real de Madrid.
Adaptación del cuento de hadas sanchista a la realidad democrática. El país precisa zapatillas blancas

En un país de opas hostiles donde son noticia las zapatillas blancas de la reina Letizia, es factible la adaptación libre del cuento que en 1845 escribió Hans Christian Andersen titulado “Las zapatillas rojas”. En este día de elecciones en Cataluña malo será que un simple cambio de color impida que las hadas nos pillen trabajando, como dijo Picasso, antes de convertir el Guernica en un símbolo contra el horror de la guerra que destaca por sus motivos taurinos que hasta harían estremecer al mismísimo ministro Urtasun por su indocumentada prohibición del Premio Nacional de Tauromaquia. Inspiración es lo que requiere este cuento adaptado a la España del fango, también conocida como fachosfera, según palabras del filósofo y escritor de cartas y cuentos llamado Pedro Sánchez. La reina de España tiró de zapatillas por simple prescripción médica porque la fractura en un dedo del pie derecho requiere calzado cómodo con el que acudir a sus actos oficiales. La elección del color blanco se supone que es una decisión personal adaptada a una tonalidad lejana al estridente rojo chillón que caracteriza este tiempo de crispación y frentismo deliberado.

En “Las zapatillas rojas”, el escritor danés narra la historia de Karen, una niña muy pobre que no tenía zapatos, por lo que le regalaron unas zapatillas rojas para que no caminara descalza. Cuando la madre de la niña murió, Karen acudió al entierro con sus zapatillas rojas, que no eran precisamente de luto para ocasión tan solemne. La niña fue adoptada después por una mujer mayor que le ofreció comprar unos zapatos para hacer la primera comunión. Y aprovechando la vista gastada de la anciana, Karen eligió unas zapatillas rojas pese a su experiencia anterior y a que no eran apropiadas para acudir a la Iglesia, según su madrastra. Al salir de misa, un inválido le dijo a Karen: “¡Lindos zapatos para un baile!”. Y desde ese momento, Karen no podía dejar de bailar porque las zapatillas estaban encantadas, como Sánchez con su coreografía enloquecida. Aquello se convirtió en una tortura con moraleja: Karen acabó implorando la misericordia de Dios arrepentida por su vanidad y soberbia. El cuento de Andersen se hizo muy popular dando lugar a multitud de películas, obras de teatro y musicales. Y por el mismo precio gratuito de los sueños, permitió soñar a muchas niñas que deseaban una vida de colores y apariencias sin reparar en el precio que se puede pagar por ello. Como Pedro.

En el caso de la reina Letizia las zapatillas se supone que son blancas por designación monárquica. Porque el blanco es el color de la verdad, el color neutro de la realidad, que para eso la Corona debe abstenerse de partidismo político en la vida pública española. En el caso de Sánchez, las zapatillas de sus cuentos son rojizas, del color del fango dispensado por su máquina de bulos; color corporativo del socialismo obrero español pese a la ambigüedad del PSC en las elecciones de Cataluña la nueva, igual de problemática que la vieja. Las zapatillas rojas de Sánchez nunca serán del color blanco de la pureza neutra como las de la reina Letizia. Siempre serán más rojas que la izquierda sociológica española, de un colorado tan intenso como sus cartas de amor a Begoña o las salidas de tiesto de su ministro más primario. Oscar Puente es capaz de plantar fuego infernal rojo a las relaciones diplomáticas de España y Argentina, según demostró con su impertinente insulto mitinero al presidente Milei, quien por muy facha populista que sea aún no ha llegado a la categoría de extrema derecha de Feijóo y Abascal, según relato ficticio de los cuentos sanchistas. Política de tierra quemada como con el Fiscal del Estado reprobado por Supremo y Senado tras nombrar a Delgado y la admisión de la querella de la pareja de Ayuso por revelación de secretos.

Pedro Sánchez, como la niña del cuento de Hans Christian Andersen, se ha calzado sus zapatillas rojas con las que condena al pueblo español a bailar eternamente con él la música de la polarización social. Las zapatillas de Sánchez recuerdan a aquella película de “Bailad, bailad malditos” hasta el desfallecimiento político de la mentira. Las de Sánchez son zapatillas de un agresivo rojo social-comunista que levanta muros divisivos de confrontación hasta morir en las urnas. Hasta perecer en el sumario de una investigación judicial y policial sobre los casos Ábalos, Begoña y Pegasus. O hasta la defunción del régimen por las denuncias de la prensa libre que el poder pretende amordazar. El reconocido internacionalmente como régimen sanchista del cuento, demuestra que la niña de “Las zapatillas rojas” es Pedro Sánchez y no la niña de Rajoy. Sánchez sigue dando brincos de bailarina bajo el hechizo maldito de “Las zapatillas rojas”. La diferencia radica en que este Nureyev de lo siniestro no pedirá misericordia por sus engaños y mentiras, por su vanidad y soberbia de estadista frustrado, por su destino condenado a la fatalidad de un final calamitoso. Demasiado tarde para él cambiar sus zapatillas rojas de sospecha autocrática por unas de color blanco neutro que recuperen la democracia transparente en la república del fango.

El show de Ábalos

A José Luis Ábalos hay reconocerle oficio político y la soltura con la que manejó su comparecencia en la comisión del Senado que investiga su caso y el de Illa, aunque haya voluntad de etiquetarlo únicamente como caso Koldo por estrategia de cortafuegos de la trama. Pero esa autosuficiencia con la que se condujo es directamente proporcional a sus contradicciones y juicios de valor que carecen de rigor y verdad. Trató de poner en duda la existencia de una trama que los tribunales acreditan. Derivó su responsabilidad como ministro en la compra comisionista de material sanitario con dinero público en el subsecretario de Transportes que obedecía sus órdenes. Frivolizó con el cargamento de las maletas de Delcy al hablar con desafortunado humor negro de “oro, cocaína y dólares”. Mintió al decir que cumplió con éxito una misión diplomática cuando la vicepresidenta de Cuba sí pisó suelo español incumpliendo la prohibición europea. Y finalmente negó la existencia de las maletas, calificándolo de bulo, cuando Koldo sí reconoció el abultado equipaje y existen documentos policiales que lo acreditan. El show de Ábalos no fue exitoso. 

Un influencer llamado Puente

El ministro Óscar Puente, que ocupa la cartera de Ábalos, es un tuitero frustrado, un influencer que lejos de influir positivamente cosecha montañas de reprobaciones y rechazo por sus salidas de tono en X, red social antes conocida como Twitter. Su último gazapo político al insinuar que Milei se droga ha generado una crisis diplomática entre España y Argentina que debería haber supuesto su cese inmediato. Esta vez fue una intervención doctrinaria, pero a menudo Puente es la estrella del improperio, hasta llegar a enfrentamientos agrios con rivales políticos que son un exceso improcedente como miembro del Gobierno de España. Ya se vieron sus malas artes en la sesión de investidura de Feijóo, pero Puente reincide con su destemplado radicalismo en vez de ocuparse de gobernar su ministerio e impedir incidentes como el de esta semana en las cercanías de Madrid que provocaron las protestas de los usuarios encerrados más de una hora en un tren. El tal Puente ha evitado excusarse ante Milei, pero ha dicho que si llega a saber la repercusión no le hubiera insultado. Es decir, por las consecuencias, no por el exabrupto en sí mismo.

Te puede interesar