Opinión

Hungría, Polonia y la UE

Ni siquiera a la Grecia "podemita" del nefasto Alexis Tsipras se le ocurrió vetar las finanzas de toda la Unión Europea. Ha tenido que ser el otro populismo, el de extrema derecha, el que incurra en semejante despropósito, que daña gravemente a media Europa en el momento en que más necesitada de encuentra de fondos para hacer frente a la crisis derivada de la pandemia. Hungría y Polonia se han retratado.

Ya no basta con que el Grupo Popular Europeo expulse definitivamente al partido de Viktor Orbán. Los Veintisiete deben considerar con cuidado si dos países totalmente desalineados de los valores que inspiraron este bloque político y comercial pueden seguir siendo miembros. Quizá se hayan convertido en una rémora para un proyecto ya de por sí debilitado por los excesos en los que ha incurrido. Quizá este veto deba ser el detonante de su expulsión. El gobierno cuasi-ultra de Polonia ha destruido por completo la independencia judicial de su país. El húngaro, tras numerosos desplantes a Bruselas, ha eliminado de un plumazo el parlamento con la excusa del virus, y legisla desde la presidencia de la república. Son dos países en caída libre hacia la condición de repúblicas bananeras no homologables al resto de la UE. Es perfectamente entendible que la cúpula de la Unión imponga un examen al marco jurídico-político de los Estados miembros, y que condicione toda ayuda a la constatación de unos parámetros mínimos de respeto a la separación de poderes. Por cierto, no nos vendría mal a nosotros un exigente examen, del que saldrían sin duda bastantes fallos a resolver. La separación de poderes no es sólo uno de los pilares fundamentales del sistema de gobernanza derivado de la democracia liberal westminsteriana. Es, también, una garantía de gestión de, por ejemplo, esos fondos europeos tan anhelados.

Los críticos del Brexit suelen simplificar la compleja ecuación de la marcha de ese país diciendo que los británicos no querían estar a merced del entramado burocrático de Bruselas. Es cierto, pero hubo mucho más. Los británicos también cuestionaban la capacidad y la voluntad de una parte de las élites continentales para dotarse de instituciones de corte occidental, equiparables a las de Gran Bretaña, ciertamente intachables. Polonia y Hungría, al dar el puñetazo en la mesa y negarse a que se revise su Estado de Derecho, acaban de dar la razón a muchos británicos que votaron "leave" por anticipar cosas como esta al otro lado del Canal de la Mancha.

Las reglas del juego están muy claras, y lo estuvieron desde antes de que Budapest y Varsovia llamaran a las puertas de la Unión. Sabían que es un club de Estados intelectualmente construidos sobre la base del liberalismo clásico de los últimos tres siglos. Había entonces y hay ahora líneas rojas que no se pueden cruzar. En algún momento la UE tenía que reaccionar. Los sufridos contribuyentes nordeuropeos bastante hacen con subvencionar la pobreza de otros países, y no tienen por qué pagar ahora, además, la deriva autoritaria de estos dos gobiernos impresentables. Es imperativo doblegar sus pretensiones. De no hacerlo, de permitir que ganen este pulso, la Unión Europea habrá cavado definitivamente su sepultura. O se amoldan, o que se vayan. Al otro lado les espera Rusia, encantada de volver a convertirles en protectorados. Ojalá alguien en Budapest y en Varsovia logre restaurar el sentido común.

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